AQUELLA VEZ QUE ME COMPORTÉ COMO UN NIÑO

Todo juego llega a su fin, y en esta oportunidad de infancias y relatos se devela el misterio de quien se lleva la mayor cantidad de votos. La imaginación acudió a la cita y se desplegó en una gran variedad de matices sin salirse de la propuesta temática, ligando infancia con el juego, la complicidad, la magia, la espontaneidad y las emociones en carne viva propias de esa etapa.

Los más votados han sido :

Primer lugar : Nª1 «Mentalidad ganadora» de Lorenzo Llorente.

Segundo lugar : Nª5 «Desde el armario» de Susana Huarte.

Felicitaciones a las ganadores!!!Y sin más, solo agradecer a todos los que han escrito y les dejamos los comentarios generales a :

Nilda Moreno, a quien le agradecemos muchísimo compartir su experiencia. Nos regala un comentario de cada relato, el que les llegara por email y nos cuenta sobre los resultados de este desafío (devolución)Y estas son su palabras en general.

» Fue un placer leerlos y releerlos. Me encontré, por un lado, con miradas idealizadas del pasado
y por otro, con sesgos y matices que proponen paradojas, ironías y hasta cierto sarcasmo.
Aunque el manejo de la lengua no fue homogéneo, la calidad de las ideas, sí. En términos
generales, percibí estos relatos como un espacio de calma en medio de una coyuntura
extraordinaria que altera a muchos. Disfruté de las expresiones jocosas así como de las
descripciones y los ritmos rápidos y fugaces. Me quedé con la sensación que las narraciones
literarias son cada vez más vertiginosas: todo sucede en un abrir y cerrar de ojos… Supongo
que tiene que ver con la celeridad con que caminamos nuestra vida cotidiana.
Considero un honor y un privilegio que me hayan permitido participar de esta productiva y amenísima iniciativa. Gracias a todos.
«

Mi nombre es Nilda Moreno y soy profesora de Lengua y Literatura. Estudié en un Instituto de
Formación Docente en Tandil, provincia de Buenos Aires. Posteriormente cursé la Licenciatura
en Enseñanza de la Lengua y la Literatura en la Universidad del Litoral. Trabajé durante 26 años
en escuelas públicas y privadas del nivel secundario y en la carrera de Lengua y Literatura
como profesora de Historia de la literatura y de Teoría Literaria. Participé, eventualmente,
como jurado de concurso literario en el nivel secundario; y, para la UNICEN, en el Universo
Alfonsina Storni. Aunque desde 2017 estoy retirada del sistema formal de educación, sigo
dando clases de Lectura y Escritura Académica, en las que acompaño a estudiantes de nivel
terciario en proceso de escritura de tesis, tesinas, ensayos, informes, y textos académicos, en
general; los ayudo a gestionar su tiempo y recursos para el estudio en el nivel terciario; les
ayudo a aprender a aprender y les facilito métodos de estudio. Actualmente, estoy cursando
un Bachillerato en Estudios Teológicos.

Y ahora, a descubrirnos!

RELATOS

1-MENTALIDAD GANADORA de Lorenzo Llorente, Castro Urdiales.

Salió bufando y diciendo barbaridades por su boca, lindezas ofensivas contra mi persona. Lo último que alcance a oír fue: << ¡Arrogante! ¡Engreído de mierda! ¡Eres peor que un niño mal criado y el tiempo pone a cada uno en su lugar!>>.

Todo es pura envidia. Les voy a contar: Yo siempre he sido una persona que me he hecho a mi mismo, no le debo nada a nadie. Mi fortuna, razón última del cabreo monumental de mi adversario, empezó de la nada. Primero me hice con un pequeño solar en la Plaza de Lavapiés. Ni herencia, ni padrinos, ni nada, todo gracias a mis esfuerzos y un pequeño capital con el que empecé, ni más ni menos que los demás.

¡Dichosa palabra fortuna! Unos dirán suerte, pero yo digo: saber hacer, estrategia y tener cabeza. Lavapiés dejo de ser un solar y fue creciendo. Primero un modesto edificio y después uno mayor y por qué no decirlo, gracias a mi genialidad. Las rentas no caían del cielo, llegaban a mi cuenta porque me lo merecía y grano no hace granero, pero ayuda al compañero. Pronto, otro solar en la Ronda de Valencia vino a caer en mis manos. La historia se repetía, poco a poco fue creciendo y las rentas multiplicándose.

Dinero llama a dinero y parece que los solares también llaman a los solares. Cada vez más grandes y en zonas más exclusivas.

Como no solo de pan vive el hombre, a los solares les sucedieron algunas incursiones en empresas de servicios: Agua, luz y transporte urbano. Esto era algo totalmente nuevo, pero muy jugoso, pues las inversiones en servicios ya estaban hechas, no había que construir nada, solo abrir la mano y conseguir sustanciosos beneficios por aquello que todo el mundo tenía que usar. Esto de diversificar y no depender de un edificio plantado en un sitio era una genialidad. Pienso en todos los que están abriendo las duchas en su casa o encendiendo el televisor y me recorre un gustillo que a veces me preocupa, pues ha llegado a ser una alternativa al sexo.

Cuando vino la agria disputa mi adversario pugnaba por un magnifico solar en la Glorieta de Bilbao. En realidad, yo estaba a otra cosa, ya saben, el tema de los servicios, pero no me daba la gana. Mi archienemigo no podía quedar por encima de mí. Dicen que yo tengo mentalidad ganadora y no lo puedo negar, ¡Me encanta ganar!

Emilio se encontraba en la Avenida Felipe II, con un 5 llegaba a la Glorieta de Bilbao y se hacía con ella, ya no quedaban más calles libres, la partida ya llevaba varias horas desarrollándose. Ivan y Matilde ya estaban descartados, apenas tenían dinero y menos todavía propiedades de valor y para ellos cada tirada de dados era peor que un dolor de muelas. En cualquier caso, Ivan y Matilde, eran unos fracasados reales y virtuales. Ellos ya estaban acostumbrados a perder, incluso en su vida real se conformaban con un trabajo insulso, una casa mediocre y unos mocosos que no llegarán muy lejos, eso sí, siempre te restriegan por las narices lo mucho que se quieren. Pero Emilio, era harina de otro costal, un verdadero hueso duro. Estábamos en empate técnico. Estábamos en un punto crucial de la partida. Los dados salieron del cubilete de Emilio como a cámara lenta ¡Bien! ¡Perfecto! Un cuatro y un dos, a la cárcel directo, a tan solo una casilla de la Glorieta de Bilbao. ¡Qué cerca está el cielo del infierno! Emilio reclamo que su dos estaba un poco levantado, pues se apoyaba en el cartón del Monopoly y por lo tanto tenía que repetir la tirada. Yo dije que se veía perfectamente que era un dos, que no había ningún género de dudas. Mire a Ivan y a Matilde, pero como siempre, ¡No me extraña que les vaya como les va!, ni frio, ni calor, no se mojan ¡Joder, que asco!

Emilio saco su iPhone, enseguida me puso en las narices no sé qué reglas de un foro internacional de Monopoly. ¡Joder, sabe perfectamente que no se inglés! Del manotazo que le di al Monopoly todavía se estará acordando, pues, lo juro, no fue mi intención, pero el hotel de mi calle Serrano le dio en todo el ojo, momento en el que Emilio se levantó y empezó a decir todas esas barbaridades de mí. ¡Qué digo yo que todo ese veneno ya lo tenía bien dentro desde hacía tiempo! cerca de la bilis, emponzoñándose hasta salir por esa boca, pues no puedo creerme que un simple y claro dos sea para decir todo eso de un amigo.

Lo peor fue ver como Ivan trataba de parar a Emilio y tener a Matilde pegada en mi oido diciéndome no sé que de la amistad y de que lo importante era jugar juntos y disfrutar como amigos.

¿No me digan que no tengo razón? ¡Qué les den!

2 -EL VIAJE EN SUBTE QUE NUNCA OLVIDE de Clara Truppel, Tandil.

Fue la primera vez que tuve permiso de viajar en subte sola para encontrarme con unas amigas e ir al cine. Me sentía adulta, y al mismo tiempo tan insegura. Cuántas estaciones debía esperar para bajarme? Entonces recordé que me iba a dar cuenta porque era la última y todos bajarían. Así me lo había explicado mamá. Lo tenía todo estudiado, igual dentro mío un cosquilleo nervioso me invadía. Sentía que todos en el vagón notaban mi primera vez. El viaje se hacía largo, quizás se debía a mi impaciencia por llegar.Fue entonces cuando todos a mi alrededor empezaron a bajar y pensé que habíamos llegado al final del trayecto. Y bajé. Empecé a caminar y entonces por los altoparlantes anuncian que las puertas del tren se cerrarían para así seguir su recorrido. El terror se apoderó de mí, me había bajado antes! Corrí y ya con las puertas cerrándose,  me metí y caí adentro del vagón desparramada. El terror se transformó en una vergüenza terrible, todos ayudándome a ponerme en pie, diciéndome lo peligroso de mi proceder, si estaba bien…Cómo salir de ese momento tan embarazoso? Entonces se me ocurrió que ser extranjera, era la mejor forma de pasar desapercibida, y recordé que cuando teníamos unos 10 años entre mis amigas hablábamos nuestro idioma “crocate” inventado por nosotras, pero que sonaba a un inglés yanqui, como en las películas. Jugábamos a ser diferentes. Y así largué unas cuantas palabras incomprensibles para cualquiera y me sentí que como tal, diferente a todos, ya no me mirarían como una niña inexperta sino como una extranjera que cometió un error. Les hablaba a los curiosos y ninguno me entendía.Sentí que me miraban desde otro lugar. Esto me dió seguridad. Recurrí a un juego de mi infancia esa primera vez, para sentirme una adulta que aún no era.

3- «AQUELLA VEZ QUE ME COMPORTE COMO UN NIÑO” de Liliana Carotti, Tandil.

Rodeada de diplomas y de forma armoniosa se halla toda la sala. En un rincón una enorme

maceta deja caer como cataratas, un potus. El sillón es cómodo, y sobre la mesa el agua en un botellón que suda frescura. Coloqué mis manos también sudorosas para calmar mi acalorado estado

La puerta abriéndose lentamente, deja ver la estampa de una mujer desgarbada y pachorrienta.

Sus ojos cansinos recorren el lugar, pronuncia mi apellido. Levanto mi pesado cuerpo lleno de dudas, camino hacia ella, nos sentamos frente a frente, abre la agenda, toma todos mis datos. Y allí

ella y yo, y yo y todos los porque, para que, y hasta cuando…

Me mira y es su voz ronca, de gran fumadora imagino mi corazón se acelera y me asalta una extraña sensación de inestabilidad.

Ella elabora un diálogo entre su tos perruna y la mía casi inaudible.

Disimulo una inquietante tranquilidad.

Bueno dijo, la escucho, un aluvión de situaciones y circunstancias sin resolver sobrepujaron casi con ese mismo dolor de parto todo mi ser. Aunque ella, no me es confiable una parte de mi comienza a relajarse. De mis ojos, dos grandes gotas nublan la figura de la mujer que está frente a mí y es mi alma la que deja de ver a esa forma patética que me ha recibido. Sus manos frágiles se tomaron de las mías y hasta su voz parecía suave. A su manera dijo… abrir el corazón no es fácil, mirarse hacia lo profundo de uno mismo angustia, acongoja, pero es necesario. La existencia es laberíntica, enmarañada y caprichosa hace como quiere es dueña y señora. Lo sé, ella se adueñó de mis afectos, despoblaba mi persona por momentos, me desnuda cuando quiere y me abandona al costado del camino…

Soy sincera, le diré, más de una vez tuve miedos, esos mismos me dejaron huérfana, yo no quiero estar sola, necesito a mamá. Pero ellos aprovechan esa situación. Ella, estirando su mano como una madre que recibe a su recién nacido, delicada y apacible susurra “hoy cortaremos ese cordón umbilical al que estás atada” a esa soledades, desamparos y ausencias y el reloj y su tic tac apresuran el tiempo, a mí me parecer todo se transforma, muta, se restaura. Y ella contribuye a que esto suceda, deja a mi alma que bucee por otras aguas, otras corrientes, más limpias, más cristalinas donde me puedo ver mejor.

Y allí estoy yo “Como aquella vez que me comporte como un niño”

Tan inocente, pura, y tan bendita naciendo de nuevo….

4- ESPERANDO A LOS REYES de Claudia Lucia Méndez, Tandil.

El calor del verano se hace sentir en este mediodía de 5 de enero, mientras manejo por el camino de tierra que nos lleva al campo. Los chicos, en el asiento de atrás, acostumbrados a vivir entre edificios y calles atestadas de gente y de vehículos, miran asombrados el paisaje de extensos montes eucaliptos, campos sembrados y animales pastando que, como cuadros, aparecen y desaparecen ante sus ojos.

En cambio para mí, el paisaje es tan conocido que me remonta a muchos años atrás, cuando las visitas al campo de los abuelos era el programa de los fines de semana y de las vacaciones soñadas de verano.

Familia grande, con muchos tíos, tías y trece primos que disfrutamos en este lugar de asados familiares, fiestas de cumpleaños y casamientos, campamentos con amigos, cabalgatas, recorridas por el arroyo en canoas y días interminables de juegos y pileta.

Pero de todos estos recuerdos, hay uno en especial que guardo en un lugar privilegiado de mi memoria y que se fue transformando, con el correr de los años, en el encuentro obligado de toda la familia, la noche de Reyes.

Me siento ansiosa por llegar. Después de tanto tiempo viviendo lejos, volver a este lugar tan querido me provoca un montón de sensaciones inexplicables. Ya estamos cerca, la última curva, después el puente y por fin a la izquierda del camino, la tranquera de dos hojas que nos recibe abierta, como acostumbrada a recibir visitas.

Entonces la veo. Entre los añosos árboles del parque, asoman las blancas paredes de la casa, que a pesar de sus años, sigue siendo elegante, señorial. Un sinfín de imágenes pasan por mi mente. De pronto me veo jugando a las escondidas por sus habitaciones de techos altos y pisos de madera o comiendo rodeada de primos, tíos, abuelos en la larga mesa del comedor, entre risas, discusiones  y conversaciones cruzadas.

Al llegar, todos nos están esperando, felices del reencuentro, entre besos, abrazos emocionados y miradas sorprendidas al vernos tan cambiados.

Después del almuerzo empiezan los preparativos. Entonces los grandes, junto a nuestros hijos, volvemos a ser aquellos niños que durante muchos años de nuestra infancia compartimos momentos inolvidables preparando la llegada de los Reyes Magos!

Juntamos ramas para encender la fogata, así los Reyes sabrán que los estamos esperando. Preparamos los fardos de pasto y los baldes con agua para los cansados camellos. Ponemos prolijamente a lo largo del corredor de la casa, todos los zapatos con sus nombres, listos para recibir los ansiados regalos. A  escondidas, envolvemos los regalos  y nos divertimos revolviendo  roperos en busca de túnicas, capas y sombreros para disfrazar a los tres “elegidos” como los representantes de Melchor, Gaspar y Baltasar.

Entre toda esa algarabía, también surgen los recuerdos y reímos contando anécdotas de travesuras infantiles o se nos humedecen los ojos recordando a los que se extrañan porque ya no están con nosotros.

Finalmente, a las 12 de la noche se escucha la campana que anuncia la tan esperada llegada de los Reyes. Entre cantos, aplausos y gritos de alegría corremos todos hacia el corredor a saludar a las tres siluetas disfrazadas que se escabullen a lo lejos entre las sombras de la noche.

Luego todo es un torbellino de paquetes abiertos entre exclamaciones y risas, y mirando las caritas felices de mis hijos, veo en ellos a aquella chiquita que esperaba ansiosa este día y me siento dichosa de sentirme, al menos por unas horas, niña de nuevo.

Entonces emocionada, busco mis zapatos y empiezo a abrir ilusionada mi regalo….

5- DESDE EL ARMARIO de Susana Huarte, Castro Urdiales.

Eran las diez. Martin ya debería estar en la universidad. Igual, iría con cautela.

Me acerqué al portal mirando para todos lados.  Si alguien me abría, no tendría que usar las llaves. Pero, pasaba el tiempo y nadie aparecía.  ¡Vaya mala suerte!

Saqué las llaves que llevaba ocultas en el bolsillo de mi abrigo. Intenté que el movimiento fuera rápido, pero los nervios me traicionaron e introduje inicialmente la llave equivocada. Ya adentro, como intrusa, debía evitar encontrarme con alguien. Subí por las escaleras.  Al llegar al tercero pulsé el timbre en el “D”. Los minutos se me hacían eternos. Debía corroborar que no había nadie. ¿Y si estaba durmiendo porque no había ido a clase o duchándose o con los cascos puestos o…? Le escribí un WhatsApp.

-Hoja hijo ¿estás en la universidad?

Tardó cinco minutos en contestar. Yo sudaba, rogando que nadie saliese o llegase a las otras puertas del piso.

– Estoy en clase.  

¡Perfecto! Introduje la llave y entré.

Sabía que los lunes terminaba las clases sobre la una. Tenía tiempo de sobra para investigar. En la sala reinaba el caos. Ropa tirada por el sofá, mesa, … El fregadero estaba oculto por una pila de platos sucios. Pero, hasta ahí, todo normal.

Hacía varias semanas que Martin estaba muy cambiado. Ya no necesitaba dinero. Vestía con ropas nuevas, de marca. Estaba evasivo, distante y lo peor era que se había echado una novia con pintas de drogata, con un montón de piercings y tatuajes. Intuía que él me estaba ocultando algo.  La otra noche había soñado que estaba de camello en la puerta de un instituto.    

Al entrar en la habitación descubrí con fastidio, por la ropa tirada, que la fulana estaba viviendo con él. En el baño, un maletín de maquillaje estaba abierto sobre la pileta, por si me quedaba alguna duda. De pronto me saltó una alarma. Ella debía tener llaves, podía aparecer en cualquier momento. Por lo que sabía no hacía nada, era una “nini” como le dicen. Debía apresurarme.

Encendí el portátil de Martin y fui directo a su cuenta de banco, rogando que no hubiera cambiado la contraseña. Quería saber de donde estaba recibiendo dinero y en qué lo estaba gastando. No solo no me dejo entrar, sino que envió un SMS al teléfono de Martin. Cerré el ordenador en un acto desesperado. De pronto escuché la puerta del ascensor y voces riendo. Las reconocí al toque. ¿Qué hacía? ¡Encima venía con ella!  Miré el armario y me lancé hacia allí. Me costó entrar, estaba lleno de cosas tiradas, logré cerrar la puerta justo después que ellos entraran. Siguieron hablando normalmente. Por suerte, no me habían escuchado.

Estaba en cuclillas, no sabía cuánto podría aguantar. Encima de mi cabeza colgaban varios pares de pantalones, algunos de ellos con los cintos puestos y sus hebillas metálicas me daban en la frente. No me quería mover mucho, un ruido me delataría. Aun así, logré en los siguientes minutos levantar dos pares de zapatos y ponérmelos en la falda y así hacerme lugar en el piso para sentarme y apoyar mi espalda dolorida contra la pared del armario. Pensar que esto lo hacía de niña cuando me había mandado una gorda. Ya sentada, estaba mucho mejor. Pero, el olor de los zapatos que emanaba de mi regazo, era insoportable. Me trajo recuerdos de sus deportivas cuando era un niño. Sentí que el olor me asfixiaba y abrí unos centímetros la puerta corredera, para inhalar un poco de aire fresco. 

En la semioscuridad del armario me puse a reflexionar en la locura en la que me había metido.

 De pronto, las voces empezaron a sonar más cercanas. El corazón se me salía del pecho. Si me descubría, me odiaría. Por entrometerme en su vida, en su piso, en su intimidad, …

 Entraron en el dormitorio. Él buscaba el portátil.

– ¡Que raro, el banco me envió un mensaje como que alguien quería entrar en mi cuenta!

– ¿No será tu madre? preguntó ella.

– No creo, dijo él dubitativamente.

– ¿Cuándo le vas a contar que abandonaste la uni?

– No sé, es muyyyy pesada. Va a empezar otra vez con que me saque el título, que me valdrá para el día de mañana.  Y si se entera del curro se muere.  ¿cómo que trabajas en un bar?

Mi corazón pasó de estar acelerado a estar calado por una inmensa tristeza. Era como si me hubiese caído un baldazo de agua fría. Sin querer me apoye en una maleta que estaba a mi lado.

Mientras dejaban la habitación, ella le preguntó- ¿Qué fue ese ruido?

-No se…serán los de arriba que siempre están corriendo muebles, dijo él.

Aunque sentí morir, tenía que sobrevivir a mi escondite y en la penumbra pulsé para hacerle una llamada perdida. 

– Vamos, que me están llamando al movil. ¡Se nos hace tarde!  

Esperé unos quince minutos para salir del armario, con tal mala suerte que se vinieron abajo varias perchas, que no me preocupé en juntar.  Pasé por el baño y me parece que dejé el grifo un poco abierto, goteando. Antes de salir,  tiré las llaves en un cajón lleno de todo. Cerré la puerta y llamé al ascensor. 

6- A LA IZQUIERDA DE LA ERMITA de Isabel Mateo Ruiz, Castro Urdiales.

Proponer excursiones está muy bien, organizarlas cuesta un poquito más, elegir acompañantes requiere buen tino y si las pensamos hacer en verano…ya ni te cuento.

Yo hace tiempo que  perdí  esa edad en que se cogen berrinches  por cualquier cosa pero como digo, perdí la edad, solo eso. Lo reconozco y me avergüenzo pero qué le vamos a hacer. Os cuento.

Un agosto en  Zaragoza. La excursión bien pensada. Arbolado a la rivera del río, zona de parking para los coches cerquita, asadores para las tiernas chuletitas de cordero… La compañía…con paciencia, tolerable y como las intenciones eran buenas pues ¡A disfrutar!

La noche previa trasnochamos contemplando el inmenso cielo cuajado de titilantes estrellas. Una cervecita bien fría o un agua fresquita da igual, todo por alejarnos un par de días del sol abrasador. ¡Qué calor hace por éstas tierras! Ni los hermosos lagartos son capaces de resistirlo y se desplazan a saltitos.

Amaneció. ¡Buenos día…! Todos habíamos sacado nuestras mejores sonrisas. Mis amigos, que si yo voy delante, tú me sigues. No, delante voy yo que conozco el camino…  Así que sacamos “la tolerancia” para tenerla a mano ¡No hay problema! Por hoy seremos tu fiel rebaño, dijimos al unísono.

 Parada en el centro del pueblo programado y con mucha amabilidad preguntamos a los lugareños, cómo llegar al lugar idílico donde íbamos a poder bañarnos y disfrutar del fresquito bajo los álamos altísimos cuyos follajes con la brisa, mecen tus oídos con una suave melodía.  

¿Ven aquella ermita? La que está antes de los huertos de Ramón. El de las peras. Pues a la izquierda está el sendero que los acercará al río. Nos indican.

Y allí está el merendero ¿verdad? Preguntó nuestro amigo.

¡Ah sí! Pero en verano el río está seco.

 ¡Tierra Tráganos! El guía,  el que conocía el lugar como la palma de su mano, con la cabeza “gacha” y eso que no es la modestia una de sus virtudes. Tranquilos, dijimos el resto del rebaño. No pasa nada.

Como habíamos puesto a mano “la tolerancia” todo parecía ir…relativamente bien pero…

A mí las peras me apasionan y eso de saber que un huerto cercano estaba llenito de ellas, me suponía una tentación muy grande, tan grande que de repente sentí el deseo de probarlas y en segundos urdí una manera de lograrlo.

 La verdad es que el susodicho fruto estaba un poco lejos.  Mejor cojo el coche que está más a mano y les doy una sorpresa. ¡Voy a ver si encuentro algún pocillo más arriba! Grito. ¡No os preocupéis, vuelvo enseguida!.

Ya en el huerto, aparco el coche en una zona llana que entre tanto árbol me extrañó  verla vacía. Abro la portezuela del coche y pongo los pies sobre la tierra, estaba blandita. Debe ser la calidad de esta tierra la que da jugosidad a las peras. Comienzo a “cosechar” lo ajeno. Están exquisitas me digo mientras voy llenando la bolsa que siempre llevo en un bolsillo del pantalón. Ya saben, por lo que pueda pasar.

Al poco, aún distraída, oigo unos gritos  que podrían ir dirigidos a mí ¡Donde coñ…se habrá metido esta mujer! Oigo voces de cabreo. La paciencia se ha debido de acabar y la tolerancia ya escasea. Recojo algunas peras más para los que se quedaron  y voy en busca del coche. ¡Cielo santo! Me acerco al Ford que dejé aparcado y veo que las cuatro ruedas están medio hundidas en la blanda tierra. Asustada grito pidiendo ayuda y aparecen mis compañeros dando chillidos y poniéndome, como me merezco, de irresponsable, caprichosa, infantil, peligrosa…no quiero darles más calificativos y créanme que me los merezco todos y alguno más.

¿Pero cómo han aparcado ahí el coche?, ¿no ven el cartel que dice “tierras movedizas”? Nos gritan los lugareños atraídos por el alboroto y los compañeros que… ¡quién nos mandaría haber aceptado salir de excursión con ella…! Yo abochornada y reconociendo que sí, pero que las peras  me sedujeron desde que torcimos “a la izquierda de la ermita”.

Total que saqué mi arma infantil, una gran llorera, solicitando un poco de comprensión pero, aunque hubiese llenado el río con mis lágrimas,  no lo hubiera conseguido.

La verdad, verlos tirar del  coche a 40º  bajo el  ardiente sol de aquellas tierras “movedizas”, me resultó muy penoso y desde aquel día aciago, los amigos me huyen, bueno…, quizás no huyan solo de mí.     

7-CUIDAME de Alicia Moreno, Tandil.

Pase señora por el consultorio Nª2.

Entro tratando de conservar un poco de dignidad en mi compostura, pero el dolor pega latigazos y me doblo casi en una reverencia al entrar, el médico se apiada ofreciéndome asiento, a manera de trueque le extiendo el sobre con los estudios. Detrás de sus anteojos recetados un ceño fruncido, la luz de la lámpara de escritorio como candileja ilumina una escena de tensión, inspira hondo y exhala preocupación en su silencio. Quiebra la incógnita con un diagnóstico categórico y severo. Dibuja garabatos en un papel sólo veo una burda caricatura de mis órganos y todas las palabras que salen de su boca me resultan un dialecto incomprensible, como un jeroglífico cuya clave se ha perdido. Solo puedo subrayar una cadena de términos que traduzco en acciones: internación urgente, cirugía compleja y posibilidades de riesgo.

Solo lo miro hacer como si la protagonista fuera otra persona, me siento ajena en la historia, la emoción no me atraviesa la piel, no se lo permito debo controlar la situación, hay riendas que no delego tan fácilmente.

Ya en la habitación con olor a desinfectante sentada en la cama me tomo el momento para dosificar el tiempo que me queda hasta la intervención, realizo llamadas al trabajo, ordeno la agenda, aplazo encuentros, delego tareas. Me ocupo de la cobertura de la obra social, dejo indicaciones para las rutinas del hogar en mi ausencia.

Vuelvo a ver el reloj queda una hora, le doy permiso a una que otra idea peregrina teñida de temor, me permito lagrimear solo unos minutos, la razón indica que debo enfrentar la situación sin desbordes, íntegra emocionalmente una variable que puedo manejar y que no pienso volantear para desbarrancar. La serenidad en los momentos dramáticos es mi marca registrada.

Él me mira con ojos tristes me reflejo en su mirada, pero escatima las palabras, ensaya algo parecido a un consuelo y no le sale muy bien, ese papel siempre ha sido el mío y no he dado la oportunidad que los demás lo ensayen, no hay tiempo es hora de la función.

Envuelvo mi desnudez en una bata blanca, el pudor no está ahí, está en la fragilidad de mi cuerpo y es por eso que repito una letanía, saldré victoriosa, esa batalla la ganaré también, no defraudaré la imagen que los demás conservan de mí ¿me traicionaré?

Sobra la dureza de la mesa del quirófano, observo en un costado la compañía de un crucifijo, a la memoria no me viene ninguna plegaria y me sincero, no puedo permitir un instante de hipocresía ¿en qué creen los que no creen? ¿se merecen una represalia al descreer? ¿puede haber castigo para un agnóstico? Mi mente sigue haciendo disquisiciones filosóficas, no renuncio a mi esencia.

El tic tac de un reloj de pared quiebra el silencio, acelera mi pulso, respiro de manera agitada, tengo frío y comienzo a tiritar, mi piel se eriza, no puedo continuar con los ejercicios de relajación, siento la sístole en mi oído.

Una mano me toca el brazo y comienza a frotarlo para que entre en calor. Me sobresalta el contacto con otra piel, sobre el barbijo unos ojos claros sonríen.

Creía que las miradas azules se habían esfumado con tu partida, por eso ésta me toma desprevenida y abre una compuerta que yo fuerzo para que no desborde, pero debe ser una adivina y dice las palabras mágicas que vos me repetías cuando alguien me retaba o si tenía algún infortunio en mi niñez:

 – No tengas miedo, estoy acá para cuidarte.

Pocas palabras desatan una tormenta, las lágrimas se liberan emancipadas y corren por mi cara, me doblo buscando una posición de abrigo y me acurruco fetalmente buscando protección. Tengo miedo, mucho miedo, la sensación de desamparo y soledad me asfixia. Por un instante soy la imagen de una niña abandonada. Quiero esconderme en un lugar, hacerme pequeña y cuando venga el cirujano que no me encuentre, salir corriendo, hacer un hechizo que todo desaparezca. ¡Ya se! ¡Decime las palabras mágicas! Sana, sana colita de rana si no sanará hoy, sanará mañana.

Con tu muerte se fue tu presencia y la red que me contenía, me hice eternamente adulta, tejí otras urdimbres para acunar y proteger a los demás para que no doliera mi orfandad. Fui niña demasiado poco tiempo.

Le pido a estas manos de hada que toquen mi pelo y me acaricie, lo hace maternalmente mientras me pone la mascarilla de la anestesia, suplico que relate una historia para dormir, accede con la condición de que cuente de manera decreciente.

10…Había una vez. 9…una nena…8…que tenía…7…mucho 6…miedo.

8- ALMA de Bibiana Milesi, Tandil.
Alma abrió la puerta de la vieja casa. La opresión en el pecho, que había sentido todo el día, se
agudizó. Un vahido la envolvió, sus piernas se debilitaron y tuvo que sostenerse de la pared, para no
caerse. Tomó unas respiraciones profundas, para recuperarse. El largo viaje la había dejado exhausta y
el sepelio de su padre le había resultado más difícil de enfrentar de lo que había imaginado.
Muchos años llevaban sin verse. Diferencias y conflictos familiares habían potenciado ese
alejamiento. Pero ahí estaba, finalmente. No había llegado a tiempo para despedirse de él. ¿Acaso
importaba? Ninguno de los dos había hecho demasiado para propiciar un acercamiento. Ahí estaba ella,
cansada, agobiada, triste y sola. Sobretodo, sola.
Hacía dos meses que Lucía le había pedido ir a vivir con el papá. No la culpaba. Le tomó por
sorpresa el pedido, debía reconocerlo. Sabía que no le dedicaba el tiempo que su hija necesitaba.
Nicolás siempre se lo había reprochado. En realidad, Alma no había deseado la maternidad,
simplemente había sucedido. Muchos años le había llevado prepararse para triunfar en su profesión.
Ésa era su prioridad. Y la maternidad no logró modificar esta situación. En cambio, Nicolás era el padre
perfecto. A pesar de sus obligaciones, siempre tenía tiempo para la niña. Disfrutaba cada momento
compartido con ella, participaba activamente de su crianza y Lucía lo adoraba. Cuando enfermaba, la
niñera sabía que era a él a quién debía llamar, él la llevaba al médico, la cuidaba y le daba la
medicación. Él le leía un cuento antes de dormir, la llevaba al parque, la acompañaba en los actos
escolares. Era la presencia cierta y estable para la pequeña. Alma estaba y compartía cuando podía,
cuando sus viajes por trabajo le dejaban apenas un resquicio para los sentimientos. El primero en irse
de su lado fue Nicolás, cansado de continuar intentando lo imposible. Y ahora su hija lo elegía a él para
compartir sus días. Decisión muy acertada, pensó Alma. Ella no tenía mucho para ofrecerle.
Miró a su alrededor y sus ojos la llevaron hasta la biblioteca de la sala. La recordaba como su rincón
preferido de la casa. Caminó hacia allí y comenzó a tocar delicadamente los lomos de los libros que
alguna vez habían estado en sus manos. Una especie de melancolía la invadió. Algo, un poco más allá,
llamó su atención: un álbum viejo, un tanto amarillento. ¿Serían fotos viejas? Lo abrió y un poema en la
primera hoja la sorprendió: «Es un pimpollito que bajó del cielo, de bonitos ojos y rubio cabello, su
nombre es Alma y es un capullito, para la alegría de mamá y papito». Su padre le había escrito ese
poema cuando ella nació, recordó. Y un profundo impacto emocional se apoderó de Alma. Incontenibles
lágrimas sacudieron todo su cuerpo, cayó al suelo abrazada a ese dolor tan grande que hacía tanto
años cargaba sin saberlo, abrazada a esa soledad y desamparo que tanto la había alejado de sus
afectos. Las lágrimas nublaban no sólo su vista, algo en su mente también se iba desdibujando y Alma
adulta comenzó a dar paso a Alma niña, la niña que había quedado en el olvido hacía ya tantos años. Y
en ese momento regresó la pequeña de siete años que todos los viernes se subía a un micro y viajaba
dos horas para pasar el fin de semana con su padre, que trabajaba en otra ciudad. Cómo disfrutaba
esos momentos, un mundo de permitidos: papas fritas, milanesas, gaseosas y helados sin restricciones,
los Jack con sorpresa, los chupetines Topo Gigio con juguetitos, los chocolates Kremokoa, la muñeca
azafata, las pukis y las peponas, el cine, el circo, tantos paseos compartidos, tantos recuerdos
inolvidables…
Los ojos de Alma se abrieron, el llanto y el dolor habían dado paso al amor y a la paz. Sintió a su
padre tan cerca, tan vivo, tan amado. Y regresó al presente. Por un tiempo, no sabía cuánto, había
estado en el país de la infancia, se había convertido nuevamente en niña, en niña amada y feliz. Y ahí,
aún sentada en el suelo y todavía abrazada a sí misma, lo supo.
Se levantó y, celular en mano, comenzó a caminar hacia la salida. Tenía mucho por organizar: pedir
una licencia en el trabajo, hablar con Nicolás y con Lucía, planificar un viaje los tres juntos y disfrutar
con ellos, regalarle a su hija toda la felicidad que su padre había compartido con ella, de niña. Debía
recuperar un valioso vínculo, su padre lo sabía y la había ayudado. Una vez más, como siempre, él se
había hecho presente. Entendió que ese día, al volver a ser niña, se había convertido realmente en
madre. Y al cerrar la puerta supo, con absoluta certeza, que lo mejor estaba por venir.

9-NEGACIÓN de Enrique Cerezo, Santa Teresita.

Me contaron que alguna vez fui niño. Hace mucho. No me acuerdo. No se si creerlo. No me imagino haciendo esas tonterías que hacen los niños.

Quizá alguna vez fui a una plaza. Quizá me trepé a hamacas, toboganes, sube y baja… No se. Porque no entiendo que hay de divertido en ir de arriba abajo en distintos elementos de tortura. Al menos me contaron que no me gustaba la calesita. Es lógico. Mi hermano le pedía plata durante una semana a toda la familia para ir a centrifugarse, a bajas revoluciones, rodeado de animales de madera o autitos imposibles. ¿Qué hay de divertido en eso?

Muchas cosas sin sentido. No recuerdo haber hecho ninguna. Siempre fui serio.

¿Me divierto? ¡Por supuesto! Con los jóvenes de la empresa jugamos al fútbol una vez por semana, que es la escusa para ir a cenar y comentar sobre los nuevos negocios y donde siempre aparece una idea nueva para agrandar la empresa.

Pero niño no. Torpes proyectos de hombres que no hacen nada productivo.

Con seguridad nunca fui niño. O al menos, nunca cometí las torpezas que hacen los niños.

Dado mi trabajo, los veo como los seres necesarios para que mi empresa funcione y mi fortuna aumente. Aunque me hagan trabajar demasiado.

Recuerdo hace unos años que se había desarrollado un pequeño hombrecito, vestido de soldado que caminaba y hacía diversas gracias movido por un mecanismo de batería. Movimientos torpes, duros. Pasé una tarde detrás de él, siguiéndolo, en un intento de mejorar su andar, de que no pareciera tan robótico. Fue inútil.

Después llegaron las consolas. Eso fue peor. Un desarrollo con un juego para ser usado por dos niños al mismo tiempo. Varias semanas estuvimos probándolo sin parar, intentando modificar y mejorar ciertas cosas. El hecho de que el segundo jefe de proyecto, aventajara por mucho a todos, me hizo  pensar que el juego no permitía ganar a nadie que no fuera quien lo desarrolló. No pudo convencerme de lo contrario. Me enojé tanto que dejé de saludarlo durante un mes.

El stress que me produjo ese afán de mejorar cosas para infantes que no lo aprecian, me llevó al consultorio de un sicólogo. Me dijo que debía hablar permanentemente, quitar todo lo que me angustiaba. Transferir. Cuando le expliqué que vivía solo, me recomendó que cuando no vaya al consultorio, busque algo a quien contarle, aún a riesgo de parecer que hablo solo (que en definitiva es lo que hago). En un altillo encontré un muñeco que traje al desarmar la casa de mi mamá. Algo que sólo la mente torpe de un niño puede confundir con un oso. Está parado en dos patas (como si fuera de circo), con las manos alzadas y cara sonriente. Sabiendo que los osos no sonríen y caminan en cuatro patas, creo que es la imagen de un extraterrestre. Lo cierto que, siguiendo a mi sicólogo, lo puse encima de la cama y me desahogo hablando con el torpe muñeco, contándole mis problemas y tomándolo como el ensayo de la próxima sesión con mi terapeuta. Ahora estoy notando que algunas cosas que le cuento al muñeco, se las escondo al sicólogo.

Tendré que trabajar sobre eso.

Los caprichos de los niños, avalados por sus padres, son mi fuente de ingresos.

Por lo tanto debo ir tras esos caprichos. Paso tardes enteras detrás de pequeños camiones, arrastrando autos de carrera sobre pálidas imágenes de pistas reales, moviendo joystick de controles remoto y observando como se mueven unas imágenes de lo que aparentan ser jugadores de fútbol.

El departamento PROGRAMACIÓN, me pasa permanentemente proyectos para celulares. Y debo probarlos, uno, dos, tres días… y darles mi parecer. Y entonces me encuentro sumergido en esos engendros virtuales, en los que me pierdo y a veces hasta dejo de comer por los ensayos.

Me preguntaron por la última vez que me comporté como un niño. No se.

No se como se comportan. Lo mío es trabajo serio y responsable. Con seguridad  alguna vez fui un niño, pero hace tanto que no me comporto como uno, que no lo recuerdo.

10- Y LLEGARON LAS HADAS de Ana Cash, Tandil.

 Viajamos a Irlanda  con nuestros tres  nietos desde Londres donde ellos viven.

Irlanda  cuenta con una fascinante colección de leyendas y personajes mágicos. 

Un día fuimos a un lugar bellísimo  rodeado de acantilados,  un antiguo  castillo y un inmenso y maravilloso bosque.   En una de sus tantas entradas  había un cartel que decía:  EL CAMINO DE LAS HADAS.  Y luego un pequeño instructivo explicando que en ese bosque vivían desde hacía muchos siglos  cientos de hadas y  que simplemente había que saber encontrar las casitas donde vivían. Los chiquitos manifestaron  un inmediato entusiasmo  y nos adentramos. Desde  un primer momento   nos  pareció simplemente un bosque preciosísimo  y caminamos por  un estrecho senderito.  De repente  un  grito de Delfi  nos paralizó a todos. Señalando en una dirección dijo:

-¡Miren, miren una casita de hadas!

 Entre los musgos de una rama  había mimetizada en el paisaje una pequeña casita de madera con techito de paja, preciosas ventanitas y una diminuta puerta. ¡Qué lindo fue ver el encantamiento que los envolvió! Seguimos caminando por los senderos, y si eras observador, ibas descubriendo más y más casitas de hadas  enclavadas en ese mágico bosque, cada una diferente a la otra. La fantasía despertó muchas  especulaciones  tenidas de esa maravillosa  lógica infantil: desde cuando vivían ahí… como serian­­…porque no se dejaban  ver…

En un momento me separé del grupo y cuando nos  volvimos a encontrar inesperadamente para mi mes salió decirles:

-¡No saben lo que me pasó!  Me encontré con tres haditas y las invité a que vayan a visitarnos a Argentina

Nuestra nieta mayor de seis años mostrando su descomunal sentido práctico preguntó:

-Les mandaste la locación? Como diciendo: Argentina queda en el fin del mundo. ¿Cómo van a llegar hasta allí? Descartado para ella estaba que la única forma de llegar seria con Google Maps. Me quede paralizada  pero inmediatamente me repuse y conteste afirmativamente.  

Cuando volví a Argentina estuve los seis  meses que faltaban para que mis nietos vinieran  a visitarnos (al fin del mundo) tratando de reproducir  las casitas de las hadas irlandesas. Después de muchas idas y vueltas parecía  que estaba el objetivo logrado.

La primera visita a “las casitas  de las hadas”  fue de Josefina,  nuestra nieta que vive en Argentina. Era la  prueba de fuego. Si bien ella  es menor que sus primos es súper vivaracha y si ella se lo creía se lo iban a creer  todos. Y efectivamente así  fue. Quedó convencida que las hadas vivían en esas casitas!!!!!  Luego  pasamos las pruebas a los ojos de todos los demás  nietos. Colgué unas campanitas de la rama de uno de los árboles   y les dije que si las hacían sonar las hadas le iban a tirar del cielo monedas de chocolate.

 Fui a un mayorista a comprar unas cuantas cajas de “suministros”.

 Y así fue que durante los 15 días que estuvieron mis nietos  viviendo  en casa todas las mañanas íbamos a visitar a Luna, Estrella, y Sol a sus casitas y ellas tiraban del cielo los chocolates.  Nunca siquiera  sospecharon  que era su abuela la que esperando una mínima

distracción  lanzaba  al aire las monedas que caían de lo alto!!!! Que maravillosa inocencia!!!!

Cuando todos se volvieron a Inglaterra  y a Buenos Aires  respectivamente donde viven seguí durante unos meses visitando las casitas, era una forma de no extrañarlos tanto.

Lo más  increíble de todo esto es que una tardecita, en esa hora en la tarde conversa con la noche,  las haditas  se dejaron ver  y nos  quedamos  charlando un rato laaaargo .   Me contaron muchas cosas de sus vidas milenarias  en los bosques de Irlanda, pero lo que más me gustó es que me dijeron que adoraban vivir en Argentina!!!!  Esa fue una increíble tarde en que  yo también me sentí  como un niño que es cuando el alma mira al mundo lleno de inocencia, asombro, magia, encanto y gratitud.

30 respuestas a «AQUELLA VEZ QUE ME COMPORTÉ COMO UN NIÑO»

  1. Me encantó la introducción con el expreso Soria Monteverde y de los relatos,por cierto muy bonitos todos , elijo el 1 Mentalidad ganadora

  2. Los niños pueden ser de muchas maneras: Dulces, traviesos, inocentes, repelentes, curiosos,… En estos relatos estan casi todos, pero a mi me ha encantado 5. DESDE EL ARMARIO con es madre convertida en niña espia escondida en el armario, ¡Vaya situación angustiosa!. Mencion especial a 8. ALMA esa madre que vuelve a ser niña para convertirse en madre y 10. Y LLEGARON LAS HADAS dulcisimo relato

  3. ¡Enhorabuena a todos! . He disfrutado mucho leyendo vuestros relatos.
    Mi voto es para el número 1. Me ha gustado el giro que le da a la historia y me he sentido muy identificada » soy competitiva y a veces me pongo en modo rabieta si voy perdiendo».
    Quería también hacer mención al 4 y 5.

  4. Realmente muy buenos todos!!
    Voto el 10 LLEGARON LAS HADAS porque conozco un lugar casi mágico donde no solo hay hadas sino también duendes y si bien son personas reales hacen que ese lugar para el que va sea mágico .
    Me gustó también el 8 ALMA

  5. Mis votos son para:
    N° 1 – Desde el Armario
    N° 2 – Alma
    N° 3 – Cuidame

    Mención especial para: Esperando a los Reyes. Veo que con el correr de las semanas, va mejorando (si es posible) la calidad de la escritura.

  6. Para «Esperando a los reyes» es mi voto.
    Esas fechas que las vivimos con tanta intensidad cuando niños quedan en nuestra memoria tan grabadas que es inevitable no volver a ese lugar de recuerdos año tras año
    Disfruté mucho todos los cuentos. Gracias.

  7. Increíble. Me quedé leyendo otra vez!! Voto por 1.Mentalidad ganadora. 2 Cuidame y 3. Desde el armario. Los tres cuentos me hicieron viajar por mi infancia….y me emocionaron y movilizaron. …
    Bravo!! Escritores!!

  8. Creo que estoy en un kiosco rodeada de golosina, y como buena niña QUIERO TODOS!! .
    Regreso a la adultez (¡ufa!!) y sigo las reglas. Elijo en primer lugar 1 Mentalidad ganadora, la esencia lúdica está presente en cada trazo. Destaco el 2 con su Viaje en subte, niñez, amistad y complicidad u combo infalible. Me conquistó también la ternura de esa abuela en 10 Y llegaron las hadas.

  9. Muy buenos todos!! Voto por el número 5, «Desde el armario». Un relato que me mantuvo intrigada hasta el final y un desenlace que no esperaba!!

  10. Hola a todos!! Cuántos matices evoca la niñez recreada en otras etapas de la vida ! Voto Desde el armario, un relato que atrapa y un final que deja una profunda reflexión. Me impactó también el 8. Alma, por la transformación.
    Y una mención para 2. El viaje en subte.

  11. Me han gustado unos cuantos relatos y he priorizado aquellos que, aparte de gustarme como estaban escritos, se ajustaran más al tema y mi decisión ha sido:
    Primero. Nª1 Mentalidad ganadora. creo que debe ser uno de los momentos que más niños nos volvemos, en un juego de mesa. Desarrolla un relato que casi nos confunde con que es real y no un juego. Me encantó.
    Segundo. Nª 7 Cuidame. Otro momento en el que ansiamos ser niños, ante lo que no podemos manejar, lo que nos asusta y en este caso la escritora evoca a su padre. Es muy tierno y muy creíble.
    Tercero: Nª 9 Negación: me ha hecho mucha gracia . En esa negación hay casi una actitud infantil. Una manera de abordar el tema sumamente original.

  12. Afortunadamente, todos seguimos siendo niñas/os en un cuerpo más grande…
    Geniales todos los relatos. Gracias por conectarnos con nuestra parte más ¿ingenua? ¿Vulnerable? ¿Sincera?…¿Inmadura?

    8.- Alma. Somos los niños de nuestros progenitores y los progenitores de nuestros niños…Impecable y sincera reflexión de cuán necesario es conciliar e integrar nuestro rol de hijos para poder avanzar en el rol de padres. Integrar, perdonar y liberar para avanzar…

    7. Cuídame. Me encantó porque a pesar de nuestro bien instalado “personaje” adulto y autosuficiente…¿es posible que todos nos sintamos tan vulnerables y perdidos tantas veces y que lo expresemos tan pocas y solo nos lo permitamos en situaciones límites?

    9.- Negación. ¿Cuántas oportunidades de vida auténtica nos perdemos por empecinarnos en negar la realidad para que se adapte a nuestro «yo ideal”? ¡Vivamos, aunque la vida confronte nuestras creencias! …O gracias a ello…

  13. Mis votos son :
    – El 1, Mentalidad Ganadora. La razón por la que ciertos adultos pueden echar por tierra toda su vida por una casita roja de plástico no se ha descubierto todavía pero su existencia está más que demostrada. Aquí tenemos un buen ejemplo. Genial!!!
    – El 2, El viaje en subte que nunca olvidé. Me encanta cómo se las ingenia esa niña para salvar la imagen adulta que sentía estar proyectando.
    – El 5, Desde el armario. Causa angustia la situación y el cómo ha podido llegar a ella.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.