Allá por el año 1993, con mi marido y mi hijo de tres años, emprendimos viaje hacia el norte del país, con todo el entusiasmo que significaba visitar a unos queridos amigos que, buscando nuevos horizontes, se habían instalado en la ciudad de Tucumán. En aquel entonces teníamos un Renault 12 y como corresponde a un viaje largo, llevábamos todo lo necesario para cualquier imprevisto vial además del equipaje, lectura infantil y juegos para entretener a mi hijo durante todo el trayecto.
Luego de treinta seis horas de viaje llegamos a destino. Nuestros amigos nos recibieron con los brazos abiertos y ya con todo organizado para recorrer con ellos los hermosos lugares que ofrece el Norte Argentino. Visitamos la ciudad de Tucumán y sus alrededores durante tres días y partimos hacia Salta, ellos en su auto y nosotros en el nuestro.
Además de cebar mate durante horas, preparar sandwichs, repartir golosinas y galletitas, buscar música en la radio y contar cantidad de cuentos, mi tarea como copiloto era seguir el recorrido del viaje en un mapa rutero. Pensemos que en aquella época no teníamos celular ni GPS y nos orientábamos con los carteles indicadores de la ruta y con los enormes mapas de papel que costaba desplegarlos en el reducido espacio del habitáculo. También me había conseguido una guía turística de los principales lugares que todo viajero al norte debía conocer. Así, en nuestro recorrido decía “Ningún viajero podrá olvidar la maravillosa vista de Salta la linda, que se despliega en el vasto Valle de Lerma, cuando desde lo alto se arriba por la autopista de acceso a la ciudad”.
Esperaba ilusionada descubrir este paisaje en el horizonte, pero no contaba con la irresistible tentación que significa para mi marido, ver al costado de la ruta un cartel con la frese “Referencia Histórica”. Debo admitir que gracias a su entusiasmo por visitar lugares no tan turísticos y aventurarse por caminos internos, hemos conocido lugares que no todos los viajeros llegan a apreciar, pero en esta oportunidad no resultó una buena experiencia, aunque si inolvidable.
Comenzamos a recorrer un camino de tierra, con tramos intransitables por los pozos y el barro, cruzado por arroyitos, rodeados de un monte tupido, de vegetación exuberante y sin ningún alma a la vista. De tanto en tanto un cartel perdido entre la maleza indicaba “Referencia Histórica a 20 km, a 10 km, a 5km…” Finalmente, luego de dos horas llegamos a destino. ¡Era un solitario paraje llamado Cañada de la Horqueta, donde al pie de un inmenso árbol, había muerto en1821 el caudillo salteño Juan Martín de Güemes, héroe de la independencia! Luego de las fotos correspondientes y ya muy cansados por los traqueteos del camino, seguimos el recorrido por otro similar que nos llevaría hacia la ciudad de Salta. Ya atardecía y nosotros avanzábamos en total soledad por un camino de tierra, angosto y de cornisa. MI estado de ánimo pasaba del miedo al enojo, mi hijo agotado lloraba de cansancio en el asiento trasero y sólo mi marido, feliz, disfrutaba de semejante aventura.
Ya era casi de noche cuando llegamos a los suburbios de la ciudad de Salta, pero sin apreciar la hermosa vista que sugería la guía turística ya que entramos directamente por la zona del basural.
Para completar esta lamentable experiencia, cuando llegamos al hotel, nuestros amigos que como iban adelante nuestro no vieron que nos desviamos, habían seguido viaje por la ruta programada y pensaron que habíamos sufrido un accidente, por lo cual se mostraron muy enojados por nuestra falta de consideración al cambiar de ruta sin avisar.
Desde aquel viaje hemos tenido la dicha de recorrer en auto muchos lugares de nuestro bello país y cada vez que mi marido se aparta de la ruta principal siguiendo una referencia histórica, le recuerdo aquel inolvidable recorrido por un camino perdido dentro del monte salteño.
Claudia Méndez

