A todos los que formaron parte de esta aventura no tenemos más que palabras de agradecimiento y afecto. Esta idea surgió en marzo, cuando el rumbo de este mundo comenzaba a trastocarse, los proyectos quedaban truncos o en pausa, nos ganaba el desconcierto y había que construir una balsa para no naufragar en la desazón. Cada una de nosotros desde la distancia geográfica que nos separa, comenzamos a reconocer nuestros puntos comunes de interés, la escritura, el deseo por ser puentes entre las personas y la amistad sobre todas las cosas. Nos queda la convicción que cuando las voluntades tienen puntos de intersección y el arte está presente lo individual se potencia junto a otros, sinergia que le dicen.
Transcurrieron ya varios meses, sabemos que para muchos fue el incentivo para reencontrase con un “vicio” que estaba aletargado, para otros la oportunidad de experimentar con la escritura y “no quedarse con las ganas”. Buscamos un formato inclusivo dando lugar al novel como al más experimentado. Tuvimos la satisfacción de ser leídos por otros que hicieron devoluciones que nos ayudaron a crecer y superarnos.
Pero, creemos que es el momento de dejar descansar este espacio, no agotarlo, hacer un paréntesis y si las condiciones y el deseo están presentes retomarlo con esta propuesta o en otro formato. Las dos tenemos un proyecto que estamos gestando a “fuego lento” que requerirá de tiempo y energía y no queremos descuidar este espacio que anidó a personas talentosas, pero sobre todas las cosas “buena gente”.
¡Infinitamente gracias! Por dar respuesta a la convocatoria, por las sugerencias y por sobre todas las cosas hacer de este momento de aislamiento un puente de cercanía con los demás a través de la palabra escrita.
Las despedidas nunca son, ni fueron fáciles por eso será un ¡Hasta pronto!!
¡Y que mejor cierre para esta etapa que volver a leer aquellos relatos que fuimos seleccionando a lo largo de cada nueva propuesta, que los hizo merecedores de nuestro voto! Es un pequeña muestra, porque en realidad todos los relatos que acá se expusieron tienen las ganas, el entusiasmo y el esmero por hacerlo bien. Ese disfrute de haberlo cocinado a fuego lento con nuestras mejores intenciones, es lo que más vale. Espero que lo hayáis pasado tan bien como nosotras y ya nos volveremos a ver!!!
Alicia y Susana.
No somos números pero les dejamos estos datos :
9 ediciones, 132 relatos, 322 lectores. Países : España, Argentina, Uruguay Italia, Alemania, Reino Unido, Canadá (entre escritores y lectores)
Aquellos que les interese escribir, sobre lo que sea, pueden hacerlo libremente en este espacio, abajo en comentarios.
RELATOS GANADORES
1. Encuentro por Marcela Roldan
Todos los jueves, a las 12 en punto me encuentro con ÉL. Llueva o truene entra y se sienta justo enfrente de mí, a dos mesas de distancia.
Viene envuelto en olores de otras vidas, con unas manos que mueve sin poder controlar y una sonrisa que me hace pensar bonito. Lleva casi siempre camisa y jean y un perfume que atraviesa el espacio que nos separa y se me mete en la piel.
Lo escucho hablar de sus hijas, de Boquita, poco de su trabajo, casi nada del amor… Y puedo presentir su pasión, sus ganas, una vida que supongo interesante.
Aguzo el oído para, esta vez, escuchar entre líneas y saber, por ejemplo, si hay algo que lo asusta, qué cosas lo hacen reir, si alguna vez le rompieron el corazón.
Y cuando llama al mozo para pagar, quiero creer que me ve, que se dio cuenta que lo miro. Pero se va y pienso que es mejor así, que es una manera de un «tal vez sea posible» y que al menos me quedan los jueves.
2. Tante graccie por Alicia Moreno
Cada vez que se reía, era a carcajadas de modo estridente, así era toda ella, tiraba la cabeza hacia atrás, achinaba los ojos y se le marcaban hoyuelos en las mejillas. Los mejores recuerdos se asociaban a sus risotadas amplias tan discordantes con ese cuerpo esbelto y refinado. Así se había reído en esa tarde de otoño, cerca de Piazza del Popolo cuando descubrió la potencia del ristretto romano y para conservar la distinción se lo tragó de un sorbo deseando escupirlo en el piso. Al – ¿Va benne? Del camarero ella respondió con un sonoro – belisimo ristreto tante gracie signore.
La evocación de esa anécdota siempre terminaba en una risa compartida, un código atesorado que dejaba a los terceros fuera de la historia, ellos dos, así siempre.
Subió al banquito de la cocina, ese que sus hijos le tenían prohibido, pero él se negaba a abandonarlo, buscó en la parte de atrás de la alacena y tanteó la lata cilíndrica, maldijo entre dientes la odiosa artrosis que se empecinaba a la mañana contra sus dedos y logró abrir ese tesoro que había comprado en el barrio de Belgrano. Puso las cucharadas suficientes en la cafetera italiana cuidando la temperatura del agua, vertió el producto en un termo de acero.
Retocó frente al espejo el poco pelo blanco que le quedaba a los costados de la cabeza, acomodó el nudo de la corbata azul que hacía juego con esos ojos azul agua desteñidos por el tiempo completó su atuendo con un saco y partió con una caja de bombones en una mano, el termo en la otra y la ilusión de los domingos.
- Pase abuelo, sáquese el abrigo, póngase cómodo que la voy a buscar a su cuarto.
Más abuelito será tu tío, se repitió para sus adentros. No podía conciliar con la idea edulcorada de llamar a todos los viejos “abuelitos” como si fueran de cuentos, así en diminutivo pesaban menos los “añitos” y nadie cargaba con ninguna “culpita”. Censuró sus ideas catalogándose de viejo rezongón.
La colaboradora de turno se esmeró en ubicarlos en mejor rincón de la sala, con vista al jardín, todavía quedaban algunas rosas tardías, todavía quedaba un poco de calor en la tarde. Sentados uno frente a otra mesa por medio, él pidió dos tazas vacías que completó con el intenso café. La tomó de las manos, acarició el pliegue de cada arruga en esos delgados dedos donde bailaba un cintillo desgastado.
El habló por los dos, un monólogo en un tono bajo casi susurrando historias y novedades del afuera.
Ella no levantó la vista, la mirada fundida en un punto cercano al infinito, solo en dos oportunidades quebró la monotonía para acomodarse dos mechones que se rebelaba a la rigidez de un blanco rodete.
Consultó el reloj en su muñeca y las seis de la tarde sentenciaron el fin de la visita, buscó su saco, se acercó a la mejilla de ella la besó con ternura y le dijo algo al oído.
- No se haga mala sangre Don Antonio, hay días que está mejor y otros que ya ni nos recuerda, usted hace todo lo posible.
Intentó un consuelo la cuidadora de la tarde. Una media sonrisa como devolución de gentileza, la mirada en el piso esta vez era de él.
Con pasos pesados se acercó a la puerta y detrás de su espalda escuchó con suma claridad : – ¡Tante gracie signore! ¡Belisimo ristreto!.
3–ENCUENTRO de Claudia Caballero
Y un día apareció.
Era luz, era paz y me hablaba…
Sabía quién era, por varios días venía a mi encuentro en sueños y no lograba entender el mensaje por más que lo intentaba.
Ya de día, la rutina avanzaba en cada acción, y solo quedaba un dolor en el pecho que en los huecos libres pujaba por salir, acallado por respuestas a llamadas telefónicas, encuentros casuales o pensamientos inventados.
Así, en otro encuentro entre sueño y realidad, logré entender el mensaje. Quizás siempre lo entendí, y solo lo extraño de esos encuentros me permitían esconderme al miedo de ser yo, la que tenía que juntar mis propios recuerdos para enfrentar una mirada, que, como la mía, veía transcurrir la película de la vida, en una escena de horror sin saber cómo continuar.
Y fue su paz, su luz, su calma tan viva y tan real la que me pidió que fuera a su casa y le avisara a su padre que estaba bien.
Junte coraje y no menos lágrimas. A la pasada levante el libro “El otoño de Fredy la hoja” de Leo Buscaglia, contiene el mensaje más claro para el alma cuando se ha perdido un ser querido.
Al llegar allí, la iglesia Danesa parecía imponente, logré respirar muy hondo con alivio, la puerta no se abrió.
“Lo intenté” me dije y volví a casa sin paz.
Esa vez en sueños solo la percibí y medí cuenta que era necesario intentarlo de nuevo.
La puerta se abrió y en ese encuentro, solo existieron palabras relacionadas al préstamo del libro. Pero hubo un mensaje profundo, cercano, donde las miradas se encontraron y dialogaron en silencio, ese silencio que se entendió compartiendo una etapa no muy lejana para mí y cercana en la de él.
Habían transcurrido pocos días del accidente y en aquel encuentro su mirada tenía paz, quizás también él, había sido visitado por ese maravilloso ser lleno de luz que había logrado cumplir su misión entre nosotros
4– GRACIAS. de Maru Silva.
El mismo día que dijo un mísero “gracias” fue el día que exploté. Cinco y cuarto de la mañana de todos los días de la vida, suena el despertador. Él se levanta y me llama. A las seis y treinta, bajo a buscarle el diario, hoy y siempre, desde que estoy en esta casa. Ella aparece en escena a las nueve, a veces un poco más. Para cuando ella amanece, él señor ya escribió en su computadora portátil, ya leyó el diario y sentado como siempre en el lado derecho del sofá, la espera con el mate. La señora me manda a sacar la basura como su principal tarea de la mañana y mi primer deber para con ella. Recuerdo el día que saqué la basura antes que ella se levantara y se armó un quilombo, a partir de ese momento sólo aguardo órdenes. El resto de la mañana transcurre con poco ruido y tenues movimientos. Hablan bajo, siempre hablan poco y bajo. Comentan algo de lo escrito que yo no entiendo, aparentemente el señor escribe notas para un diario y ella le corrige algunas expresiones. Nada había sido distinto hasta éste mediodía. Como siempre yo comí aparte. Dentro del mismo comedor pero ¡aparte!. No teníamos el mismo menú; el mío, más austero. Estaba resignada y aceptaba la diferencia, pero a lo que no podía acostumbrarme, era a la exagerada monotonía. Hasta que gracias a Dios, un hecho puntual, me desbordó. Al señor se le cayó la servilleta al piso y sin mirarme, me la señaló. Pensé: “agachate vos pelotudo” , pero me lo reprimí, fui, y le alcancé la maldita servilleta. El señor dijo ¨gracias¨ y la señora emitió su opinión mientras sonreía. Gracias a ella, que disparó mi ira con su frase, pude romper con la rutina y animarme a cambiar mi vida para siempre. Había llegado el momento de obligarlos a ver lo que ellos negaban. Yo ya no era la misma, yo había mutado, había progresado y estaba a punto de poner las cosas en su lugar. Me fui corriendo al estudio donde el señor tiene una gran biblioteca repleta de libros, agarré aquel gordote de tapa dura que ya lo tenía ubicado y releído varias veces. Lo abrí en la página marcada de mi interés, volví al comedor y con voz muy fuerte y clara les leí el párrafo más importante de mi vida. Ambos me miraron asombrados, mientras yo comenzaba la lectura: “en ejercicio de los derechos individuales y compatible a la incidencia colectiva, se conforman las siguientes normas del derecho administrativo dictadas para el interés público y de validez en el ámbito nacional; a saber: el derecho a la existencia, al respeto, a la protección”– todo lo leí con tono de discurso magistral- “a no recibir malos tratos, a la libertad, a la limitación razonable y digna de su trabajo, a la alimentación nutritiva, al descanso”… Antes que terminara de leer, la señora se desplomó y él corrió a ayudarla mientras gritaba como nunca lo había oído antes. Todo me pareció muy raro. Ella había provocado mi reacción, ella dijo: “a esta perra le falta hablar” y ahora que les había hablado, ¿una se desmayaba y el otro gritaba como un condenado?. Quizás los impresionó verme parada en dos patas y con el Nuevo Código Civil en las manos ( o en las patas delanteras).
5– RUBIA, FOR EVER de Susana Huarte.
“Espera alrededor de 40 minutos mientras el tinte hace efecto. El papel aluminio acelera el .. ” ……Apagué el video, mi hija me estaba llamando a los gritos.
-¡Mamá!!!…me tenés que llevar al dentista. ¡Dale ¡que tengo que estar a las 5.
Me miré en el espejo. Pijama de verano “viejito”, amplio, lo había usado en los embarazos, floreado, el pantalón llegaba a 20 cm de la rodilla. Esos que una se pone para andar cómoda y manchar sin culpa; pelos parados, abiertos en mechones con crema en las raíces; zapatillas de andar en casa; cara lavada con una expresión, ahora, poco amigable.
-Mamá, que si no me atiende hoy no me saca los brackets el mes que viene. Ponete …un pañuelo, total no tenés que bajarte, me dijo al entrar al baño y verme.
Decidí no discutir, respiré profundo mientras rodeaba mi cabeza con papel aluminio, así entraría en calor y aceleraría el proceso según indicaban en el “mundo de Inma” y al volver me lo aclararía. Arriba me puse una capelina rosa que manoteé del armario. Completaría el atuendo con unas gafas de sol que tenía en el coche. Lista, antes que mi hija, estaba abriendo el portón del garaje.
Ella, impecable, cuando subió al coche me miró y se mordió el labio inferior meneando la cabeza.
-Allá vamos, aceleré optimista. Salir en estos días siempre era un regalo.
-¡Apúrate mama que no llegamos! me regañó la demandante.
Hasta aquí llegamos. Me voltee para mirarla a los ojos.
-Encima que me avisas a última hora, que tengo que salir en el medio tintura de los cojones, que ni se bien como hacerlo, porque la Inma me explica para el caraj…
-Mama, Cuidadooooo!!!!!
Había incrustado mi trompa en la puerta trasera de un Clío azul. Con el sacudón hasta se me cayó la capelina.
Yo iba por una carretera principal, pero…la había cagad…
-Patri, bajate y decile que ya busco el parte.
– ¡Mama, soy menor!¿ Cómo voy a hacer eso yo?
Un chico jovén de unos 20 años, sin protección, se me fue acercando a la ventanilla.
-Vos trajiste la mascarilla ¿no?, le pregunté a mi hija.
-¿Cómo me van ajustar los brackets con la mascarilla?
– Pero hay secretarias, otros pacientes, ¡Tenés que andar siempre con la mascarilla!
-Tenés un pañuelo, cualquier cosa, no quiero hablar con este irresponsable sin protección.
-No, nada, lo único que tengo en la riñonera es una compresa.
-¿Es con alas?
– ¡Qué importa!!
-!! Dámela!!
– Nooo, yo me voy, decía la desconsiderada.
El crio me golpeó la ventanilla. La baje 5 cm y le dije que esperara.
Agarre la compresa, por suerte era bien ancha y me tape la boca y la nariz, a las alas las pegue en las mejillas ¡De lujo!, solo que como no podía respirar me la afloje un poco y así me bajé. Mientras lo hacía, recordé que el pantalón del pijama estaba un poco descocido atrás, asique rápidamente me apoyé en la puerta del coche.
-Señora, le quería explicar que yo no tengo carnet, estaba con las clases en la autoescuela,… empezó lo de la cuarentena…
Para todo esto el cuero cabelludo me había comenzado a arder como el demonio. Quería ver el daño de mi coche, pero no me podía despegar de la puerta.
-Ya lo llamé a mi padre, está en camino, se disculpó asustado.
Lo que me faltaba.
Me asome al coche, siempre apoyando el trasero en la puerta, para preguntarle a mi hija si no había en el coche alguna chaqueta, manta, cualquier cosa.
Me alcanzo una camiseta de ella, de 30 por 30, no servía ni para taparme el culo.
-Allá viene, dijo el chico, aliviado por sacarse el marrón de lidiar con una señora en ridículos pijamas cortos con una compresa de mascarilla y una capelina rosa.
Al volverme lo vi. No me lo podía creer ¡Era el Nano!!!Lo enamorada que había estado de él en la secundaria. Todas estábamos detrás de él. Era tan lindo y …seguía lindo.
Agarre rápidamente las gafas de sol.
El Nano al llegar miro a los dos coches y meneando la cabeza se acercó a mí.
-Nos conocemos? preguntó sonriendo al ver mi mascarilla.
-No creo, aseveré.
-Mamaaaaa, metete en el coche¡!! Alguien nos está filmando. Ya hay un video en YouTube. ¡Salgo yo también!!!Me mueroooooo !!
Me zambullí dentro del coche, arranqué y le grité al Nano “Hasta la vista, baby”
6-EL ERROR DE IRUPÉ por Maru Silva
Vivir en Los Millonarios no es nada fácil. Cuando cae la nochecita se espesa la atmósfera, se huele el peligro y resplandece el lucerío amarillo del barrio cerrado que linda con la última callejuela de la villa. Enfilan los autos lujosos que levantan las barreras de la fortaleza mágicamente con una tarjeta.
-Nosotros somos los millonarios- dicen los habitantes de la villa- ellos son pobres de espíritu, sólo los motiva la avaricia- juzgando a sus vecinos ricos sin más argumento que la necesidad de superarlos en algo. Paradójicamente de un lado y del otro del murallón viven comunidades dispares con muchos puntos en común. En la villa nadie sabe bien como se llama el otro: “Vinchuca, Fierita…” y otros apodos irrepetibles. En el barrio cerrado, en círculos más íntimos también se manejan apelativos privados “la pendevieja, el estafador, el cornudo…” Los Millonarios es pequeño, hasta 1980 había mil habitantes, luego se perdió el conteo, pero no creció demasiado. Para un lateral, el country ocupó el único espacio de potencial expansión del barrio, para el fondo está la cañada y el resto del perímetro es circundado por la Panamericana. -Estamos cercados por la urbanización irracional que no nos permite crecer y desarrollar nuestro proyecto comunitario- había escrito la fundadora de la villa, en un petitorio que nadie escuchó. La villa se compone de siete callecitas de pedregullo cruzadas por caminitos de barro y agua estancada llamados “pasos”. Irupé llegó al barrio un día de mucho calor cargando un bolsito y una hermosa panza redonda. Fue recibida por la coordinadora de madres solteras quien tenía potestad para asignar hogares a mujeres necesitadas. Los terrenos los vendía Marta -la misma coordinadora- que era la mujer del Chueco, quienes primero plantaron bandera en este terreno tomado y que más tarde lotearían y venderían con escritura y todo. El emprendimiento inmobiliario le dio cierto bienestar a sus fundadores. Fueron los primeros en tener televisión y casa con techo de tejas. “El chalet de los millonarios”, le decían los vecinos, de ahí heredó el nombre el barrio. El Chueco se encarga de defender la calidad de propietario de los residentes que poseen escritura certificada por Marta y resolver cualquier litigio entre vecinos. Marta la recibió a la muchacha en su despacho sin puerta y allí la puso al tanto de la organización, le asignó un vagón mientras una tropilla de voluntarios con el Chueco a la cabeza le construyeran su casilla. En compensación Irupé debía devolver dicho préstamo en el término de 5 años y sería propietaria de por vida. Irupé ocultó su verdadero obejtivo. Ella esperaba conseguir algún trabajo con cama en alguna familia del barrio cerrado que le aceptara el bebé. Sus deseos se concretaron poco antes que Anabella cumpliera un año. Un guardia le había pasado el dato y ella no aguantó sin celebrar el notición con sus vecinas. Llegó a oídos de Marta quien lo tomó como una falta de respeto y una evidente maniobra de evasión de las deudas contraídas. Esa misma noche el Chueco la atajó en el paso cuando volvía a su casilla y tomándola del cuello le juró que si no conseguía la plata para pagar todo lo adeudado no iba a llegar conocer su nueva casa de lujo. Logró escabullirse del atropello del Chueco y corrió desesperada hacia el country con la nena a cuestas, llegando a la portería un guardia salió a entender el alboroto y el Chueco cegado por la avaricia, enterró el tramontina en el vientre de aquel muchacho que había conectado a Irupé con su actual familia.
7- LA MANCHA DE HUMEDAD por Claudia Lucia Mendez.
Tengo muy presente esos años cuando esperaba ansiosa que llegara el verano para que papá me llevara a pasar las vacaciones en el campo, con mis abuelos. Contaba los días que faltaban para encontrarme con mis primas, Lucía y Clara, más grandes que yo, y disfrutar con ellas juegos, fogatas nocturnas, charlas interminables, picnics y hasta escapadas al boliche del pueblo, a caballo, a la hora de la siesta. Dormíamos las tres en la habitación del fondo del pasillo, al lado del baño. Como en la mayoría de las casonas de campo antiguas, las piezas eran amplias, con pisos de pinotea lustrada, paredes lisas pintadas de blanco y techos muy altos.
Todo empezó cuando los Reyes Magos nos regalaron una muñeca a mí, un juego de mesa a Lucía y una guitarra a Clara. Yo, con mis 6 años, ya me sentía grande para recibir muñecas, además tenía muchas en casa y no me entusiasmaba tener otra.
Desde ese día Clara ya no jugó más con nosotras, se pasaba horas intentando sacar melodías y tampoco quería que la acompañáramos en sus ratos creativos.
Mi bronca fue en aumento y la compartí con Lucía, pero a ella no le molestaba que Clara nos ignorase. Entonces tuve una idea. Si la guitarra se rompía, Clara volvería a prestarnos atención. Esperé que se fuera a bañar y con una tijera de podar le corté de una todas las cuerdas. Por desgracia justo me vio la abuela y terminé con una penitencia de un día entero encerrada en la pieza. Lloré un buen rato, intenté dormir pero las horas pasaban y ya estaba muy aburrida cuando algo llamó mi atención en el ángulo derecho de la habitación, entre el techo y la pared. Parecía una mancha redonda de humedad, pero mirándola fijamente titilaba y para mi mayor sorpresa noté que de a poco se marcaban en ella las facciones de una cara triste. No me asusté, al contrario, percibí que alguien me estaba acompañando y se sentía como yo en ese momento. Me relajé y sin darme cuenta me quedé dormida. Al día siguiente la mancha ya no estaba y dudé si había sido real o la había soñado.
Varios veranos más, durmiendo en la pieza del fondo, volví a ver la cara difusa en el ángulo derecho entre el techo y la pared, a veces sonriendo, a veces triste, a veces preocupada, como entendiendo mis estados de ánimo.
Con disimulo pregunté varias veces a mis abuelos, a mi papá, a mis primas si habían visto la mancha de humedad en esa pieza, pero nadie la veía, sólo yo.
Pasaron los años y durante mucho tiempo no volví a aquella casa. Murieron mis abuelos y se decidió venderla. Me pareció una buena oportunidad visitarla por última vez y mostrarle a mi hija Sofía el lugar dónde pasé inolvidables veranos.
Todo estaba tal cual, limpio, ordenado, con olor a madera, los muebles lustrosos, las paredes llenas de recuerdos, demasiado silencio…
Nos acomodamos en la habitación del fondo y le fui contando a mi hija anécdotas de mis días en aquella casa y sin darme cuenta empecé a lagrimear. Fue cuando Sofía pasó su manito por mi cara y me dijo: “no llores mami, la señora se pone triste”. La miré sin entender y de pronto recordé. Miré atónita hacia el rincón superior esperando encontrarla, pero solo vi la blancura de la pared. Le pregunté a Sofía porque me decía eso y con toda naturalidad me dijo señalando el techo: “la señora de allá estaba feliz porque vinimos, pero después se puso triste cuando te vio llorar”. La abracé fuerte y así nos quedamos dormidas.
Al día siguiente mientras desayunábamos, se acercó la casera a saludarnos. Traía en sus manos una manta tejida al crochet que enseguida reconocí, siempre cubría la cama en que yo dormía.
“Me encargó su abuela que se la diera”, me dijo, «la tejió su mamá cuando estaba embarazada de usted y hacía reposo en la pieza del fondo. Fue muy triste para todos perderla… usted era muy chiquita…”
Tomé la manta y la apreté fuerte contra mi pecho mientras las lágrimas corrían por mis mejillas.
8– UNA NUEVA OPORTUNIDAD de Bibiana Milesi.
El aire olía a azahares. Al cobijo del frondoso árbol, los tres nietos aguardaban con anhelo las palabras de su abuela Blanca.
– «¡Hola, mis pequeños!» habló la anciana. «¿Preparados para escuchar una de mis historias? Esta vez, les voy a contar un acontecimiento de mi vida que sucedió hace muchos años y que, puedo asegurarles, lo recuerdo como el peor viaje de mi vida».
Los pequeños comenzaron a exclamar entusiasmados, esperando ansiosos escuchar esta historia de aventuras.
– «¡Shhh! ¡Silencio! A escuchar…»
-«Todo comenzó con Tor, su abuelito, al que ustedes no llegaron a conocer. Mi apuesto y aventurero Tor. Yo era una joven muy tranquila, de hábitos más bien sencillos y apacibles. Me gustaba deambular y dejarme llevar por la curiosidad, pero mi vida era algo monótona. Hasta que conocí a Tor y quedé completamente eclipsada por su arrolladora personalidad. Hermoso como pocos, gallardo, varonil, fue sólo verlo y caer rendida de amor. Imposible no ceder a sus encantos. Y él también se enamoró de mí que, así como me ven ahora ya mayorcita, en mis años mozos supe ser dueña de un porte muy agraciado. El día que nos conocimos, bastó mirarnos para saber con certeza que la vida nos había unido para siempre.
Hermoso fue nuestro romance, éramos compañeros y compartíamos muchas y variadas actividades ; lo que más disfrutábamos era subir hasta la copa de los árboles más altos. Amábamos mucho la altura y reposar tranquilos allí arriba, sabiendo que nadie vendría a molestarnos. Disfrutábamos de contemplar el vasto panorama desde nuestro refugio, los dos juntos, en silencio.
Pero un día, Tor llegó con una novedad. Traía una invitación para una excursión en barco, exclusiva para parejas. Sinceramente, esta invitación mucho no me atrajo. Pensar en los vaivenes del agua no me resultaba agradable ni me hacía sentir muy cómoda.
Al principio, rechacé la propuesta pero, al ver el entusiasmo de Tor y pensar que, tal vez, alguien tan intrépido y aventurero como él podría estar necesitando un poco más de acción en su vida, finalmente terminé aceptando la invitación. Decidí que nada malo podría suceder y hasta, quizás, me divertiría. ¡Ay, pequeños! Cuán equivocada estaba!
Lo primero que noté, con mucho disgusto, fue que el barco estaba muy repleto. No había espacio para estar tranquilos o disfrutar un momento de intimidad. Traté de pensar en positivo y enfocarme en lo más lindo de esta experiencia: conocernos entre todos y sorpendernos con anécdotas graciosas y estilos de vida diferentes.
A los pocos días de iniciado el viaje, comenzó a escasear la comida. Este hecho en sí, no era muy preocupante para mí porque siempre he sido muy frugal en mi alimentación, pero esta situación alteraba a muchos pasajeros y comenzaron las agresiones entre ellos.
Para completar este nefasto panorama, comenzó a llover. Lluvia suave primero, truenos, relámpagos, rayos… hasta convertirse en intensa tormenta que en nada contribuía a calmar los alterados ánimos de los pasajeros.
A partir de ese momento, ya nada fue igual. ¡Qué travesía tan espantosa! Todos amontonados adentro del barco. El Capitán quería imponer orden pero, entre tantos pasajeros malhumorados, no lo conseguía. Lo que comenzó como una aventura romántica, se estaba convirtiendo en un viaje de absoluto terror. Dentro del barco también entraba agua y mi cuerpo mojado no podía reponerse; aunque me mantenía pegada a Tor, no alcanzaba a entrar en calor.
Finalmente, un día cesó la lluvia y salió el sol. ¡Ah! ¡Qué hermosa sensación poder sacudirnos la lluvia de encima, por fin! El sol trajo tranquilidad y mejoró el ánimo de todos. Pudimos pasear nuevamente por el barco y eso nos ayudó a confraternizar y hacer amistades nuevas.
Pero los días transcurrían y nos dimos cuenta que no llegábamos a ningún puerto, sólo agua veíamos a nuestro alrededor. Eso nos fue llenando de temor y, nuevamente, los ánimos comenzaron a decaer. Muchos compañeros volvieron a ponerse nerviosos y a atacarse unos a otros por cualquier excusa. Para completar el oscuro panorama, la alimentación era ya casi inexistente.
Hasta que un hermoso día soleado, el Capitán me llamó y me encomendó una misión para ayudar a todos: debía abandonar el barco y cuando hallara tierra firme, traer una ramita en mi pico. Me asombré y asusté ante semejante pedido. Pensé que era una tarea más indicada para Tor, tan intrépido y aventurero, pero el Capitán insistió en que yo era la elegida para la audaz y salvadora misión. Así que tomé fuerzas, extendí completamente mis alas blancas y salí volando del Arca, acompañada por los aplausos de todos mis compañeros de viaje, especialmente de Tor y de Noé, el Capitán.
Y así fue como me transformé, de pequeña paloma, a la heroína de todos. Y lo que sucedió a partir de allí, mis amados pequeñuelos, ya es historia para un próximo cuento.
1- MENTALIDAD GANADORA de Lorenzo Llorente.
Salió bufando y diciendo barbaridades por su boca, lindezas ofensivas contra mi persona. Lo último que alcance a oír fue: << ¡Arrogante! ¡Engreído de mierda! ¡Eres peor que un niño mal criado y el tiempo pone a cada uno en su lugar!>>.
Todo es pura envidia. Les voy a contar: Yo siempre he sido una persona que me he hecho a mi mismo, no le debo nada a nadie. Mi fortuna, razón última del cabreo monumental de mi adversario, empezó de la nada. Primero me hice con un pequeño solar en la Plaza de Lavapiés. Ni herencia, ni padrinos, ni nada, todo gracias a mis esfuerzos y un pequeño capital con el que empecé, ni más ni menos que los demás.
¡Dichosa palabra fortuna! Unos dirán suerte, pero yo digo: saber hacer, estrategia y tener cabeza. Lavapiés dejo de ser un solar y fue creciendo. Primero un modesto edificio y después uno mayor y por qué no decirlo, gracias a mi genialidad. Las rentas no caían del cielo, llegaban a mi cuenta porque me lo merecía y grano no hace granero, pero ayuda al compañero. Pronto, otro solar en la Ronda de Valencia vino a caer en mis manos. La historia se repetía, poco a poco fue creciendo y las rentas multiplicándose.
Dinero llama a dinero y parece que los solares también llaman a los solares. Cada vez más grandes y en zonas más exclusivas.
Como no solo de pan vive el hombre, a los solares les sucedieron algunas incursiones en empresas de servicios: Agua, luz y transporte urbano. Esto era algo totalmente nuevo, pero muy jugoso, pues las inversiones en servicios ya estaban hechas, no había que construir nada, solo abrir la mano y conseguir sustanciosos beneficios por aquello que todo el mundo tenía que usar. Esto de diversificar y no depender de un edificio plantado en un sitio era una genialidad. Pienso en todos los que están abriendo las duchas en su casa o encendiendo el televisor y me recorre un gustillo que a veces me preocupa, pues ha llegado a ser una alternativa al sexo.
Cuando vino la agria disputa mi adversario pugnaba por un magnifico solar en la Glorieta de Bilbao. En realidad, yo estaba a otra cosa, ya saben, el tema de los servicios, pero no me daba la gana. Mi archienemigo no podía quedar por encima de mí. Dicen que yo tengo mentalidad ganadora y no lo puedo negar, ¡Me encanta ganar!
Emilio se encontraba en la Avenida Felipe II, con un 5 llegaba a la Glorieta de Bilbao y se hacía con ella, ya no quedaban más calles libres, la partida ya llevaba varias horas desarrollándose. Ivan y Matilde ya estaban descartados, apenas tenían dinero y menos todavía propiedades de valor y para ellos cada tirada de dados era peor que un dolor de muelas. En cualquier caso, Ivan y Matilde, eran unos fracasados reales y virtuales. Ellos ya estaban acostumbrados a perder, incluso en su vida real se conformaban con un trabajo insulso, una casa mediocre y unos mocosos que no llegarán muy lejos, eso sí, siempre te restriegan por las narices lo mucho que se quieren. Pero Emilio, era harina de otro costal, un verdadero hueso duro. Estábamos en empate técnico. Estábamos en un punto crucial de la partida. Los dados salieron del cubilete de Emilio como a cámara lenta ¡Bien! ¡Perfecto! Un cuatro y un dos, a la cárcel directo, a tan solo una casilla de la Glorieta de Bilbao. ¡Qué cerca está el cielo del infierno! Emilio reclamo que su dos estaba un poco levantado, pues se apoyaba en el cartón del Monopoly y por lo tanto tenía que repetir la tirada. Yo dije que se veía perfectamente que era un dos, que no había ningún género de dudas. Mire a Ivan y a Matilde, pero como siempre, ¡No me extraña que les vaya como les va!, ni frio, ni calor, no se mojan ¡Joder, que asco!
Emilio saco su iPhone, enseguida me puso en las narices no sé qué reglas de un foro internacional de Monopoly. ¡Joder, sabe perfectamente que no se inglés! Del manotazo que le di al Monopoly todavía se estará acordando, pues, lo juro, no fue mi intención, pero el hotel de mi calle Serrano le dio en todo el ojo, momento en el que Emilio se levantó y empezó a decir todas esas barbaridades de mí. ¡Qué digo yo que todo ese veneno ya lo tenía bien dentro desde hacía tiempo! cerca de la bilis, emponzoñándose hasta salir por esa boca, pues no puedo creerme que un simple y claro dos sea para decir todo eso de un amigo.
Lo peor fue ver como Ivan trataba de parar a Emilio y tener a Matilde pegada en mi oido diciéndome no sé que de la amistad y de que lo importante era jugar juntos y disfrutar como amigos.
¿No me digan que no tengo razón? ¡Qué les den!
Todos y cada uno de los relatos ganadores han merecido el reconocimiento como mejores!
Y los relatos enviados son también de muchísima calidad…
Gracias por habernos dado espacio para mostrarnos!
Hasta la vuelta! O hasta siempre!
Gracias por la propuesta!! Organizadores y participantes supieron hacer de este espacio creativo un maravilloso encuentro. Lo disfruté tanto leyendo como escribiendo.
Y que sea un hasta pronto!!