OLORES, SABORES…

Los olores evocan el privilegio de la invisibilidad. Este sentido actúa como mensajero de una esencia que sabe desaparecer en el aire desplegando una seducción implacable dejando una huella en la memoria individual como colectiva.

Quedan ahora invitados a jugar con el olfato y la palabra.

Las bases para participar están en http://www.viajeronomarioneta.com/cuentos-en-cuarentena/

Aquí van las imágenes para que nos ayuden a despertar nuestra creatividad o nos evoquen algún recuerdo. Un olor que nos lleve a determinado tiempo y lugar, que nos recuerde alguna situación, que nos provoque sentimientos,….

Tenemos una semana para escribir, del 06/04 al 13/04. Suerte y ánimo!!!!

Textos enviados

1-Mi dulce Ana por Maru Silva

Hoy la noté diferente. No me saludó igual;  bajó la mirada, su respiración era casi un suspiro. No sé si fue un suspiro, un sollozo tal vez, raro… muy raro su andar también. Algunos dicen que soy obsesivo porque anoto todo. Yo creo que a las personas se les pasan las oportunidades y las revelaciones por no observar. Observar y registrar. Observar y registrar. Mi vida debe ser interesante porque soy un ser complejo, sofisticado, resultado de una  extensísima evolución que bien merece la pena  prestigiar, no corresponde que sea un  bobo  habitando una sociedad sin entenderla, o viviendo superfluamente y a los tumbos; casi escribo,  “inmerecidamente”.  Me he propuesto que mi vida sea importante y para serlo tengo que comprenderla, desmenuzarla, saber mucho de mi entorno, de quienes se me acercan y de quienes se me alejan,  y por supuesto ser consciente de cada suceso. Todo lo tengo anotado.  Las mal llamadas pequeñeces, también están en mi cuaderno de vida. Nadie sabe cuán importante puede llegar a resultar un dato en apariencia diminuto. Cómo ahora por ejemplo:  ella no me miró igual y esto lo vengo notando y anotando desde hace unos cuantos días. A ver… acá está, el viernes por ejemplo, noté y anoté:  “olvidó agarrar el chocolate que le dejo todos los viernes”.  Detalle pequeño, pues no es así, con lo dulcera que es, este detalle se torna un dato fundamental. Otros antecedentes singulares que he apuntado dentro de los últimos siete días, (dato éste no, menor,  ya que todo se desencadena en los últimos siete días), dice así: “hoy se puso zapatos negros de punta fina y taco muy alto”, esto fue el lunes pasado, por favor, no perder de vista los tiempos. Mi dulce Ana, como me gusta llamarla,  solía usar chatitas que por otra parte le quedaban muy bien, acordes a sus juveniles jeans de colores claros, y  resulta que el lunes ¿pasa esto?… raro… muy raro.  El día martes, advertí su nerviosismo, miraba el celular de reojo, como disimulando, pero no escapó a mi observación, lo anoté también. El día miércoles, me llamó la atención su pelo suelto y su pollera ajustada arriba de la rodilla, no desfachatada pero algo sensual. Así anoté:  “algo sensual”.  El jueves no hubo nada llamativo, salvo una nimiedad, un botón de la camisa estaba mal abrochado, corrido una posición. Vaya si hay motivos para preocuparme. Claramente, mi dulce Ana está inmersa en un proceso de metamorfosis innegable, lo que falta es determinar el móvil.  Pero hoy lunes, a una semana del primer llamado de atención se confirman las sospechas. A primera hora del día, ella pasó ante mí como ausente, absorta en su pensamiento y ni siquiera sonrió. Pero lo más notable, es lo que estoy anotando ahora mismo con letras mayúsculas, para que mi cerebro y sobre todo, mi corazón, terminen de convencerse, lo que he pretendido negar durante toda la semana: “LA FRAGANCIA”. Inconcebible, si Ana es dulce naturalmente, ¿porqué se puso perfume?  Era la prueba insoslayable. Al sonar el timbre de fin de jornada, salí del colegio desmoralizado, la vi subirse al auto en donde un afortunado señor la recibía con un piquito y se llevaba a mi dulce Seño Ana.

2. Viaje en el Tiempo por Ricardo Facal

Recuerdo que en aquellos años cuando papá vivía, viajamos para quedarnos a vivir a Bariloche, todo va bien alquilamos una casa en el kilómetro ocho, nosotros Muri y Cali y yo eramos de corta edad todos seguidos, Muri de tez blanca inteligente y pícaro a la vez, Cali Morocho de tez blanca o rubia como dice mamá, el siempre prendido en las macanas que hacíamos los hermanos mayores, y yo, Ricardo de tes blanca y pelo castaño oscuro pícaro e inocente, me viejo Jesús descendiente de españoles un hombre recto y sencillo tenia sus cosas como todos, mamá es una tana de aquellas de tez blanca o rubia como dice ella, nacida en Italia y venida de chica a Buenos Aires y luego a Tandil. Este recuerdo llego a mi mente cuando recorriendo el Parque Independencia, inspiré hondo después de una ardua caminata y pude apreciar el olor penetrante a pino fresco, ese fresco sabor a la vez dulce fue quien me trasporto en el tiempo. Muchas veces somos transportados en el tiempo por un aroma especial en este caso en particular se asemeja a un perfume que quiso capturar su esencia el pino Colvert casi lo logra pero aun no captura esos recuerdos dejados en el cajón del Tiempo.

3. Mi mundo – El mundo por Lorenzo LLorente

¡Qué buena siesta me he pegado! Tan solo 15 minutos dejando divagar mi mente, sin consciencia plena, pero receptivo a las sensaciones exteriores. Como un duermevela que se corta justo cuando mi vecino deja de martirizarnos con el cortacésped. De repente en mi interruptor mental, se apaga el ruido y se enciende un tremendo olor de hierba recién cortada. Automáticamente se enciende un vívido olor a sandía, ipso facto, asociación indisoluble, posiblemente debido a que ambos: la hierba y la sandía, son esplendidos y generosos, llenando el aire de si mismo, de forma abundante, casi apabullante, puro verano. Tengo presente a mi amigo David, que me enseño el modo más justo de cortar la sandía, primero una mitad y cada mitad en 4 partes iguales y así sucesivamente, de esta manera todos obtienen la misma parte de corazón, que de corteza. ¡Qué bonito lo de corazón! y en realidad debe ser así, literal, pues la sandía, no solo es generosa repartiendo su fragancia por doquier, sino que también se sacrifica por completo. En el pueblo de mi madre, no queda nunca nada de sandía, desaparece por completo, pues hasta la cascara se la dan a las gallinas. A veces mi tío hace un indulto y recupera las semillas, dándo a esta fruta una oportunidad que se repite en un eterno retorno. Al contrario que mi amigo David, a otros no les tiembla el pulso a la hora de cortarse el corazón para ellos, eso sí, con nocturnidad y alevosía, nunca se les pilla, pero cuando uno va a cortarse un trozo, se encuentra la fruta desmochada, la cascara en forma de plato hondo con una triste carne rosa flotando. Me viene el recuerdo de mi hijo quitando todas y cada una de las pipas, en un trabajo de minería asombrosa, dedicando un esfuerzo titánico, dejando una sandia tipo gruyere, temblando, carente de consistencia, mientras mi hija escupe las pipas a modo de metralleta ante la mirada inquisitiva de su madre. Yo, sin embargo, me trago las pipas, de hecho, me lleno la boca con un buen trozo, exploto el mismo en mi bunker a prueba de bombas e inundo todo mi paladar y papilas gustativas con el maravilloso manjar. Después recuerdo a mi padre, siempre riguroso, marcando la ley, como si en el mundo no hubiera gustos y colores imposibles de alinear en su doctrina de las buenas formas. La sandia, según él, se parte en forma de sonrisa, a su vez se corta en gajos más pequeños, todo ello para evitar una cara infantil chorreando sandía y la consecuente sonrisa de niño oculta por esa cascara a modo de careta. Me viene también al recuerdo mi selección a la hora de comprar esta ambrosía, es un método totalmente obsceno, pero con excelentes resultados, por suerte, no se me dispara un deseo sexual cada vez que lo uso, seguro que tendré otras parafilias, pero esa no, simplemente es un sistema científico que funciona y, por lo tanto, hasta que no se refute seguirá vigente. La sandia tiene que responder al cachete con prestancia, sin dilatarse en el tiempo, con energía y con la misma fuerza que recibió, en un principio de acción-reacción perfecto, sin pérdida de energía, como el móvil perfecto, y eso, sin poderlo evitar, me recuerda…Acabo de abrir el ojo, definitivamente el vecino no termino del todo, el ruido del motor me devuelve a la vida física y me desconecta de mis recuerdos, pero no soy capaz de quitarme el olor a sandía, a pesar de estar en Abril.

4 .Olorcito a bebé por Paola Celentano

Todavía recuerdo el día que me enteré que estabas dentro de mí. Ese día sentí tocar el cielo con las manos, unas ganas de romper en llanto me inundaban cada minuto y aunque no era de la manera que te soñé, era feliz, inmensamente feliz.

Estaba muerta de miedo, soñaba con el día que te conociera la carita, el momento de ver tus ojos, sentir tu olor y tus latidos.

Por primera vez en la vida me sentía completa, llena de amor y no me importaba ni el que dirán, ni los kilos demás, ni lo que pudiera pasar, me sentía plena. Soñé con el olorcito a pañales, a ropita perfumada, a escarpines recién lavados, soñé con tu olor, ese olorcito a bebé que toda mi vida había esperado y sin tenerte en brazos podía sentir. Pero no todas las historias tienen un final feliz y ésta fue una de ellas. Un día desperté y ya no estabas, me quedé vacía, sentí que mi vida se había detenido cuando tu corazón dejó de latir. Ese día que llevo tatuado a fuego en mi memoria me di cuenta que ya no te abrazaría, ni te tomaría de la mano, ni te ayudaría a crecer y mucho menos iba a sentir tu olorcito a bebé.

5. Soy  Pablo! por Cristina Erro

Les cuento algo de mi vida con un poco de historia.

De pequeño, compartí, como casi todos, trabajos en mi casa. Siempre me viene como un mensaje aéreo, no sutil, pero mensaje al fin, el aroma a sudor de los hombres fuertes de mi familia.

Entonces, sudaba mi abuelo, en su trabajo de baqueano, con vacas, caballos y ovejas. Sudaba mi padre y hermanos, también con animales y bolsas de todo tipo de cereales.

Era un sudor familiar, recordado, que todos me decían: “Pablito, cuando tengas unos años más, vas a trabajar con nosotros, vas a transpirar la camiseta”.

Ya tenía la vida adelante, ya venía hacia mí.

Entonces, caminaba y caminaba, observaba y olía otros olores que me traían otros mensajes. Pero sabía que en cualquier momento, mi trabajo llegaba y con ello el sudor.

Y, de tardecita, donde el tiempo se detenía para mí; quería ser escritor, fotógrafo y, subía más arriba y quería crear películas. Tenía que tener otra vida más.

Así fue, que, entre días y noches, me enteraba que “no quería ser”. Y esta felicidad me provoco una gran tristeza, la desilusión de los hombres de mi familia.

Mucho tiempo, tenía el dolor y la certeza que quería otras cosas, que amaba el sudor de mi familia, pero no lo quería para mí.

Y hoy, tengo aromas, amores, lugares que elijo, pero seguro que en mi memoria están los mensajes, con detalles y precisión que dicen y desdicen como sigo caminando.

6. Preguntas por Claudia Lucía Méndez

Su porte e esbelto, elegante, parece casi una dama antigua erguida entre los añosos àrboles del parque. Tiene muchos años y aùn asì, su delgado tronco y su frondoso follaje verde brillante, se ilumina orgulloso entre los rayos de sol que se filtran entre sus ramas.

Cuàntas primaveras se llenò de yemas nuevas y cuàntos otoños sus hojas alargadas se tornaron cobrizas, casi doradas?

Cuantos pàjaros anidaron entre sus ramas?

Cuàntos niños jugaron bajo su sombra?

Cuàntas charlas, cuàntas risas, cuàntos llantos, cuàntas rondas de mates compartidas?

Cuàntos abrazos y besos, cuàntas palabras de amor, quizá, se escucharon al pie de su tronco…

Quiènes se animaron a trepar por sus ramas, queriendo alcanzar sus blancas joyas?

El ciclo de la naturaleza se refleja en ella, el tiempo va pasando, las preguntas y los recuerdos vienen y van, pero siempre perdurarà, en las minúsculas partículas del aire que la envuelve, el suave y exquisito aroma de azahar de aquellas enormes flores que, al despertar el verano, regala exultante de vida, la vieja y altiva magnolia.

7. Una malla color verde oliva y nada más… por Susana Huarte

Era enero del 2019 cuando decidí volver a Necochea, después de muchísimos años.  Aquel pueblo costero que se triplicaba en los veranos con la llegada de los turistas, allá por la década de los 70. Fui avanzando lentamente, con la ventanilla abierta, por la avenida 79 hacia la calle del mar hasta detenerme a dos cuadras de la costanera. Quería saborear el momento en el que me encontraría ante esa inmensa playa con aquellas maravillosas olas rompiendo escandalosamente en la arena. Abrí mis pulmones preparada para inhalar ese aroma marino tan grabado en mi memoria, lo guardaba como un preciado tesoro que solo abría de tanto en tanto para no gastarlo, como hacía mi madre con los manteles nuevos. 

“Días antes de las vacaciones ya me imaginaba zambulléndome en las inmensas olas a las que me iba a enfrentar con mi reciente metro veinte, aunque seguramente terminaría siendo engullida por una de ellas, tragando a borbotones agua salada y llenándome los ojos de arena. Malla verde oliva, baldes y palas, ¿Qué más? Esa era mi lista para llevar. Ya vendrían, años más tarde, esos imprescindibles antes de ir a la playa. El asunto era llegar y ese llegar no era fácil. La partida solía ser temprano en la mañana.  Una vez arriba del coche nos enfrentábamos a dos o tres horas, depende de la ruta elegida. La más corta atravesaba un tramo de camino de tierra. Mi padre nos hacía cerrar las ventanillas para que no entrara tierra al coche. Eso significaba morirse de calor, pero no importaba, íbamos a llegar media hora antes. Cuando en la distancia se divisaba el negro puente ferro carretero era como que lo bueno estaba por empezar. Atravesábamos el pueblo viejo y de pronto al fondo aparecía el luminoso, limpio horizonte azul donde el cielo se unía con el mar. Gritábamos de alegría sacando la cabeza por la ventanilla para oler el mar con un corazón alocado que se nos saltaba del pecho por la emoción.  A veces al llegar a la costa, tras una desenfrenada descomprimida del coche, más aún si íbamos con mis primos, salíamos corriendo por la arena, aunque nos quemáramos los pies hasta llegar al agua donde nos metíamos a jugar con las olas como si fuera la última vez, olvidando el tiempo, la temperatura y el mundo.”

 Ya llegando a la costanera me sacude una fuerte ráfaga de viento proveniente del mar. Un viejo conocido que me hace sonreír.  Hay demasiados balnearios, casi han tapado el horizonte. Se ve poca gente en la playa, la mayoría está caminando por la costa. El olor no me sabe igual, me saco los zapatos y avanzo hacia la arena húmeda. De pronto una niña pequeña de cabello rizado se tropieza conmigo en su alocada carrera hacia el agua, apenas se voltea para pedirme perdón porque no puede demorarse, se la ve acalorada por llegar. Miro hacia atrás y veo a su madre corriendo y llamándola con el protector solar blanco y celeste en la mano, pero la pequeña hace oídos sordos y está entrando a todo correr en una inmensa ola y se tira sobre ella riendo mientras su cuerpecito se convierte en una mancha verde oliva. La ola la ha revolcado. Se para, refriega sus ojos, escupe agua salada y se encamina hacia la próxima.

Con el buen sabor que me ha dado verla, vuelvo sobre mis pasos. Tengo un poco de frio. Antes de irme, miro “el mar de Necochea” por última vez mientras abrazo fuertemente a mi “mantel” con mucho amor. Hay que cuidarlo. No es para todos los días.

8. Monocromo por Maite Hidalgo

Soledad y desamparo, frente a sus ojos el tedio monocromo y repetido de una pared infinita, no puede atravesarla. Un triángulo chiquito deja entrever el cielo, el mundo para se hombre es de ese tamaño.

      La hierba donde se hunden sus pies, es casi negra, copiando la figura a través de la sombra. A sus espaldas quedan trozos de algún destrozo. El permanece inmóvil, quizá allí para siempre, sin atreverse nunca a huir y alejarse para ver otros mundos, corretear libremente, compartir la experiencia de amar y ser amado, dibujar con colores una suerte distinta y soñar una vida original y rica.

 9. Cenizas por Marcela Roldán

No era un verano más. Las tres lo sabíamos. En sólo 4 días todo iba a cambiar.

Y eso nos hacía sentarnos más juntas, agarrarnos las manos con cualquier excusa y repetirnos te quiero en cualquier parte de la charla.

María, la más grande por sólo un par de meses, en 4 días partía a Madrid, sin fecha de regreso. A recorrer, trabajar, a ver qué pasa. Y todas, incluso ella, sabíamos que le iba a encantar, que no regresaba.

Viole, la que le seguía en edad, finalmente había tomado coraje y se iba a Buenos Aires, a hacer un curso de cocina con no se qué chef internacional.  Siempre soñó con trabajar en algún restó de esos que salen en las revistas, con cocina de autor, como dice ella.

Y yo me quedaba acá, también siguiendo mi sueño, con mi estudio, mis alumnos de arte, mis pinturas. Pero sin ellas, mis amigas desde el Jardín. Con las que hasta las lágrimas más saladas terminaban en risa, con las que éramos una sola si había que defenderse. Esas con las que compartía desde un mate, hasta los relatos más locos, nuestras primeras y tantas otras veces, el primer pucho, la bronca por las cosas injustas.  Ellas, las que siempre me decían, Negra, vos podés, sos más que eso, animate…

Si, este era un verano diferente. 

Y, como todos los años, con el último sol del 28 de febrero, prendimos nuestra fogata en la playa y cantamos, tomamos, y  lloramos y nos abrazamos.

El olor a cenizas nos dijo que ya era hora. Y entre humo y arena nos juramos un amor eterno.

10. Tante graccie por Alicia Moreno

Cada vez que se reía, era a carcajadas de modo estridente, así era toda ella, tiraba la cabeza hacia atrás, achinaba los ojos y se le marcaban hoyuelos en las mejillas. Los mejores recuerdos se asociaban a sus risotadas amplias tan discordantes con ese cuerpo esbelto y refinado. Así se había reído en esa tarde de otoño, cerca de Piazza del Popolo cuando descubrió la potencia del ristretto romano y para conservar la distinción se lo tragó de un sorbo deseando escupirlo en el piso. Al – ¿Va benne? Del camarero ella respondió con un sonoro – belisimo ristreto tante gracie signore.

La evocación de esa anécdota siempre terminaba en una risa compartida, un código atesorado que dejaba a los terceros fuera de la historia, ellos dos, así siempre.

Subió al banquito de la cocina, ese que sus hijos le tenían prohibido, pero él se negaba a abandonarlo, buscó en la parte de atrás de la alacena y tanteó la lata cilíndrica, maldijo entre dientes la odiosa artrosis que se empecinaba a la mañana contra sus dedos y logró abrir ese tesoro que había comprado en el barrio de Belgrano. Puso las cucharadas suficientes en la cafetera italiana cuidando la temperatura del agua, vertió el producto en un termo de acero.

Retocó frente al espejo el poco pelo blanco que le quedaba a los costados de la cabeza, acomodó el nudo de la corbata azul que hacía juego con esos ojos azul agua desteñidos por el tiempo completó su atuendo con un saco y partió con una caja de bombones en una mano, el termo en la otra y la ilusión de los domingos.

  • Pase abuelo, sáquese el abrigo, póngase cómodo que la voy a buscar a su cuarto.

Más abuelito será tu tío, se repitió para sus adentros. No podía conciliar con la idea edulcorada de llamar a todos los viejos “abuelitos” como si fueran de cuentos, así en diminutivo pesaban menos los “añitos” y nadie cargaba con ninguna “culpita”. Censuró sus ideas catalogándose de viejo rezongón.

La colaboradora de turno se esmeró en ubicarlos en mejor rincón de la sala, con vista al jardín, todavía quedaban algunas rosas tardías, todavía quedaba un poco de calor en la tarde. Sentados uno frente a otra mesa por medio, él pidió dos tazas vacías que completó con el intenso café. La tomó de las manos, acarició el pliegue de cada arruga en esos delgados dedos donde bailaba un cintillo desgastado.

El habló por los dos, un monólogo en un tono bajo casi susurrando historias y novedades del afuera.

Ella no levantó la vista, la mirada fundida en un punto cercano al infinito, solo en dos oportunidades quebró la monotonía para acomodarse dos mechones que se rebelaba a la rigidez de un blanco rodete.

Consultó el reloj en su muñeca y las seis de la tarde sentenciaron el fin de la visita, buscó su saco, se acercó a la mejilla de ella la besó con ternura y le dijo algo al oído.

  • No se haga mala sangre Don Antonio, hay días que está mejor y otros que ya ni nos recuerda, usted hace todo lo posible.

Intentó un consuelo la cuidadora de la tarde. Una media sonrisa como devolución de gentileza, la mirada en el piso esta vez era de él.

Con pasos pesados se acercó a la puerta y  detrás de su espalda escuchó con suma claridad : – ¡Tante gracie signore! ¡Belisimo ristreto!.

11. La borra del café por Fernanda Artigas

Llegó el día en que entraría por vez primera a su casa. Estaba emocionada y nerviosa ante

lo desconocido.

Un aroma invadió rápidamente sus sentidos, bueno, dos aromas, café y tabaco. Como un bálsamo envolvían el ambiente principal y recorrían cada rincón. Algo, que para la familia de la casa constituía un ritual. Habían traído de Oriente cada una de sus costumbres, las practicaban y las mantenían intactas.

 Enseguida entendió que estaba ante un mundo nuevo y diferente al que estaba acostumbrada y ese mundo no demoró en seducirla para siempre.

Se sentaron en torno a una mesa de fina madera lustrada, un lugar dónde se reunían para cada acontecimiento familiar, sea cual fuese, porque todo lo consideraban y lo vivían de ese modo, un festejo, una noticia, una charla amena, un juego de póker, una alegría que compartir y hasta para un perdón.

Ella solo se detenía en él, en cada gesto y cada detalle con fascinación. Se dejaba perder en su mirada, profunda e insondable y se sentía atraída y adherida a su juego como un imán.

 Le gustaban sus manos, esas que usaba en su trabajo haciendo que confiaran en él como si pudiera  mitigar el dolor ajeno, y de hecho lo hacía, aunque no siempre podía lograrlo.

 Las manos que prendían un cigarrillo y luego le acercaban fuego para encender el suyo y  provocar  sus emociones.

Se permitía embeberse en  la tentación que la inducía sentirlo cerca. Advertía  el roce de su cuerpo y volvía a mirar sus manos cuando le alcanzaba el azúcar, imaginándolas actuar.

 El café era diferente, era suave y tan fino como el talco, pero su aroma, una invitación a aceptar.

En medio del humo embriagador del tabaco y las tazas vacías, llegaba el momento mágico, misterioso, el de leer la borra del café.

Él le enseñó sutilmente como dar vuelta la taza y esperar que decante la fina borra que había quedado depositada en el fondo. Ella sentía que leería su alma y sus deseos más profundos…y le gustó.

Mucho tiempo pasaron tratando de seguir el camino dibujado en el pequeño plato y evitando se evapore el destino marcado.

Mucho tiempo después, ella entendería y buscaría aceptar, sin lograrlo, que en la lectura del café, él omitió leer, el plazo que tendrían antes que aquel delineado se diera por vencido.

12. Olores de antaño por Isabel Mateo Ruiz

Las escuelas, aunque algunas en estos momentos no las usemos  como tal, llevan adherido a sus paredes un olor inconfundible. Es un olor suave con toques de jazmín, posiblemente robado de la inocencia de los niños, una pizca de bergamota por la frescura de sus ideas y quizás también algún pequeño toque de canela; entrañable olor que estoy segura, todos conservamos en nuestra mente, asociado a los postres domingueros que preparaban las madres o abuelas. Ese olor a arroz con leche cremosa rociado de polvillo ¿dorado?, que yo conservo como si de polvo de hadas se tratase pues, hacia desaparecer las pequeñas penas de unos años que no volverían.                                                                            

31 respuestas a «OLORES, SABORES…»

  1. Me encantó «La borra del café» de Fernanda Artigas….la descripción de cada cosa es maravillosa, parecía que podía ver las manos del personaje y sentir los aromas del tabaco y el café!! Bellísimo!!!!

  2. Selecciono Mi mundo, texto número 3. Al leerlo la sandía explotó en mis sentidos en imágenes de sabor, color, formas, texturas….la infancia asomada trascendiendo el fruto como núcleo del relato.

  3. Fantasticos textos, escritos todos con mucha alma, alma que ha dejado olores y sabores en mis rincones del pasado. Mi voto va a MI DULCE ANA por atraparme y evocarme irremediablemente mis años de inocencia niñez en la que estaba locamente enamorado de mi profesora Esther.

  4. Muy lindos y una genial idea!!! El que más me gustó y por el que voto es Cenizas por Marcela Roldan, increíble!!! Felicitaciones

  5. 3.»Mi mundo» de Lorenzo Llorente

    Me pareció muy lograda la transmisión del sabor de la fruta. La descripción de la sandía en el proceso de ser «engullida»por distintos comensales es impecable…

  6. TANTE GRACIE logró convencerme después de leer los excelentes relatos aquí plasmados. Deseo aclarar que estuve pisando sobre dos baldosas sin saber en cual de ellas dejar apoyado mi pie, la otra era CENIZAS.

  7. Bellos, sabrosos y aromáticos textos! Muy difícil la elección.
    Voto por el N° 3.
    (Aunque tengo discusiones internas que difieren de opinión).
    Un placer leerlos a todos.

  8. Cada texto, fue un placer leer! Me conmovió el 10, esa despedida que se volvió feliz … Juntos hasta el final! Voto por tante graccie! Alicia Moreno

  9. Muchas, muchas gracias!!! Acepté el desafío de Susana, de incluir nuestros relatos en esta propuesta de historias compartidas y me llena de alegría saber que tanta gente se tomó el tiempo de leer y luego dejar su voto. Son momentos de avalancha de información en las redes, y ante tantas opciones se tomen un rato de este tiempo «acuarentenado» es un privilegio que no dejo de agradecer! Hicieron mi día mucho más lindo 😀

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.