El pueblo de mi Abuelo: Hoy, la comarca del Bierzo

Es un homenaje a nuestros abuelos que un día tuvieron que emigrar hacia America en busca de un futuro mejor. Recorrer sus pueblos para conocerlos mejor para animar a los descendientes a que se lleguen hasta el lugar. Es una hermosa experiencia ver el pueblo y la zona donde se crió tu abuelo/a y al que tal vez nunca pudo regresar.

Relatos Viajeros: Desafío de un padre y un hijo.

Desafío de un padre y un hijo

Empezaba el año 2004, salimos desde Tandil, un grupo de 10 amigos entre los cuales íbamos mi hijo Juan (con 15 años) y yo, todos teníamos la idea de cumplir el objetivo, ascender el Volcán Lanín, con una altura de 3776 m.s.n.m. Nuestra premisa era llegar, acampar en el refugio que está a mitad de camino y luego de comer y descansar, comenzar a subir. Nos encontramos con el primer problema, la cantidad de personas que había para ascender, los guardaparques nos dieron turno para tres días después. Luego de descansar bien, nos pusimos en marcha a la madrugada del día asignado, todos íbamos con sus mochilas cargadas de ropa, comida y las ganas de llegar al refugio llamado BIM 6, al arribar al mismo, nos instalamos muy cómodamente ya que estábamos solos, armamos nuestras bolsas de dormir, cenamos y ahí llego nuestra desazón. Los guardaparques nos avisan por la radio que no podríamos subir ya que se aproximaba una tormenta y que esta duraría toda la noche y parte de la mañana siguiente, nos dicen que nos quedemos dentro del refugio ya que llovería mucho y con vientos de +/- 100 kilómetros. Pasamos la noche ahí, donde escuchábamos el ruido del viento. El lugar era bien primitivo, y alejado de cualquier otro contacto. Pasamos la noche compartiendo experiencias con un soldado israelí, el momento fue propicio para la charla y la reflexión. A la mañana abrimos la puerta y todavía llovía, nos miramos y decíamos que no podríamos cumplir nuestro objetivo, Oscar, el organizador del grupo, nos dice que esperemos el contacto con la base de los guardaparques al mediodía. Después de almorzar, él prende su radio y nos llega la buena noticia, ellos habían decidido que en ese día no subiría nadie y que nosotros al estar allí arriba podríamos lograr nuestro objetivo al día siguiente. Esa tarde nos pusimos a organizar lo que llevaría cada uno hasta la cima, cenamos temprano con lo poco que nos quedaba de alimentos y a dormir a las seis de la tarde, nos despertamos a las doce de la noche, tomamos algo caliente y a las dos de la mañana comenzamos el ascenso final a la cima con -2º, después de caminar 7 horas en la nieve llegamos a la cima nos abrazamos todos, tomamos la foto grupal y mi hijo y yo nos tomamos una foto para recordar nuestro objetivo cumplido y fue una mañana soñada, donde veíamos los dos países, Argentina y Chile. Luego de unos 45 minutos comenzamos a descender por el mismo camino, llegamos al refugio, nos cambiamos de ropa, cargamos las mochilas con todas las cosas y seguimos bajando para llegar a la base de los guardaparques a la tarde noche. En San Martín de los Andes nos esperaba un cordero patagónico al asador que fue el manjar celebratorio de la cumbre de este grupo de amigos. El Mal tiempo nos jugó una mala pasada, pero todo termino muy bien y con un objetivo cumplido, conquistamos la cima. Johnny

Guarulhos, Sao Pablo

Noviembre del 2007

Fue entrar al piso y oír a Marcos llamándome, eufórico, a los gritos, desde el escritorio.   

­_ ¡Encontré unos pasajes recontra baratos! Chillaba.

_Aunque… no te van a gustar mucho, me añadió, con cara de culpa.

Marzo del 2008

Temprano en la mañana, nos alcanzó Marcos hasta el aeropuerto de Bilbao. Viajaba con mis tres hijos: Matías, 17 años, Franco, 12 y Florencia, 2 años.

El primer vuelo hasta Madrid fue tranquilo, intrascendente. Ya en Madrid, embarcamos con la aerolínea Tam. El vuelo largo de diez horas, poco a poco, se empezó a convertir en una pesadilla. Florencia no se dormía, lloraba, nada le entretenía.  Recuerdo a un pasajero, que estaba tras nuestro, decirle que “ya tenía una edad para portarse tan mal”. Lo que se dice “un disfrute de vuelo”. Llegamos a Sao Pablo sobre las 7 de la tarde. Allí teníamos que tomar otro vuelo hacia Rio de Janeiro y desde allí tomaríamos el último vuelo hacia Buenos Aires.  ¡Por eso había sido barato el vuelo!

Al bajarnos nos dirigimos, como pasajeros en tránsito, a una sala que resultó ser muy pequeña, sin aire acondicionado, llena de gente, en donde costaba respirar y sentarse, era un lujo.  Nuestro próximo vuelo salía ocho y media.  Con el paso de las horas, logré sentarme con la niña. Cada tanto sus hermanos se la llevaban, para entretenerla. El calor era asfixiante y nuestro vuelo seguía sin aparecer en pantalla para embarcar. A medida que pasaba el tiempo se iba despejando la sala. Para las diez y media nos informaron que nuestro vuelo no saldría ese día y que al día siguiente nos embarcarían en un vuelo directo hacia Buenos aires. A esa altura, ya teníamos un hambre feroz y estábamos exhaustos. Habíamos salido el día anterior. El grupo que componíamos los que nos habíamos quedado rezagados con igual destino, comenzamos a unirnos. Había otros niños que también mostraban signos de agotamiento. Un grupo delegado salió a reclamar a la ventanilla de la aerolínea. Yo, ya recuerdo estar sentada con Florencia dormida. Había logrado con mucha dificultad avisar a Marcos que no nos esperasen en Argentina. Fue la única llamada que logré hacer con el móvil. Había teléfonos públicos, pero no teníamos monedas del país. Nos pasaba lo mismo con las máquinas que tenían comida y bebida.

El reclamo fue en un tono muy fuerte. Recuerdo sobre todo a una chica joven española, estaba con su pareja e iban de luna de miel a la Patagonia. Se llamaba Susana como yo, de unos 30 años, que le puso los puntos a la empleada de Tam, en un tono muy aguerrido, que resultó eficiente. Resultado: Nos darían hotel y cena y al día siguiente nos traerían de vuelta al aeropuerto para tomar el vuelo.  Tomamos un taxi, pagado por la aerolínea, con mis hijos que nos llevó hacia un hotel en las afueras. Previamente a dejar el aeropuerto, tuvimos que dejar los pasaportes, no hubo opción, era lo legal para un pasajero en tránsito.

El hotel era muy lindo, muy brasileño, enormes ambientes muy bien decorados, con mucha vegetación en los exteriores.

Yo estaba entregándole los vales al recepcionista que nos habían dado en el aeropuerto, cuando Matias se acercó a mí con cara de preocupación. 

_ A ver mamá, Franco no se anima decirte…

_ ¿El qué?

_ Que se dejó la mochila en el taxi.

_Noooo

Aparte de una Nintendo DS (era cara en esos momentos) y juegos, estaba toda la ropa de recambio de Florencia, incluido los pañales.

Había juntado todo, para que no tuviéramos tantos bultos y Franco la había querido tener con él, para poder jugar.

Reaccioné rápidamente y le pedí al recepcionista que por favor se comunicaran con el taxista de alguna manera.

Rato después, mientras cenábamos, me avisó el chico de la recepción, que el taxista no contestaba la llamada que le hacían desde la base.

En el hotel no había pañales y ya eran casi la una de la madrugada.  Florencia durmió sin ropa, ni pañales, ni nada.

A las seis de la mañana tomamos el desayuno y salimos rumbo el aeropuerto, recuerdo que yo le había puesto como pañal una chalina mía y tenía puesta una camiseta de Franco.

Al llegar, fuimos directo en busca de los pasaportes. El aeropuerto ya no era el que habíamos dejado por la noche. Ahora habíamos entrado en el área central, no reconocíamos elsector

donde nos habían quitado los pasaportes y era un mundo de gente. El idioma, que no ayudaba mucho. Mis hijos, Los tres, se quedaron rodando por las tiendas mientras yo, con Susana

íbamos de un lado al otros buscando los documentos. A media hora de salir el vuelo, al fin, encontramos los pasaportes. Nos habían mareado, habíamos recorrido medio aeropuerto.

Y ahora…donde estaban los chicos, los móviles no funcionaban. Empecé a correr alocadamente por los pasillos. Aun, con el tiempo, lo recuerdo y me vuelve esa angustia, esa desesperación. Brasil era un país muy

grande, con amplias, lejanas y no muy controladas fronteras. Matias era grande pero no tenía mucha experiencia en aeropuertos.   Corría mientras contenía mis lágrimas de desesperación hasta que al fin escuché en

los parlantes que me llamaban, en un pésimo español, pero las palabras me resultaron celestiales. Que me dirigiera una cabina de control.

A todo correr y gracias a mi querida amiga española que estaba intercediendo para que me esperaran porque había perdido a mis hijos, pudimos subir al avión. En el vuelo íbamos todos separados, no importaba,

 íbamos a Buenos Aires.

Al llegar, fuimos a buscar las maletas y …no habían llegado en ese vuelo. Ya sonreímos, nada más no podía pasar.

SUSANA.

Aplausos salvadores

Cuando se tienen cinco años, una playa y un mar inmenso, el interés se reduce a tener una palita junto con el balde para construir castillos donde vivirán princesas escondidas de dragones y otros monstruos. Necochea ofrecía y sigue ofreciendo arena fina que se calienta con el sol del mediodía y una extensión de playas en donde el horizonte se despereza tranquilo.

Toda buena constructora sabe que es necesario tener un poco de líquido para levantar las paredes de la vivienda, entonces a falta de ayudantes salí en búsqueda de agua de mar. No sé si fue por perseguir una hilera de caracoles, la espuma de las olas o tal vez la visión de mi corta estatura que solo alcanzaba a las piernas de los adultos, al querer regresar a la sombrilla familiar mi brújula interna marcó otro norte.

Las caras, los colores y las voces eran otras a las conocidas; la confusión en la cabeza me llevó a una calesita vertiginosa que acentuó el aturdimiento. Las olas amenazaban ruidosas, el vendedor de churros gritaba demasiado y esa vocecita lastimera pidiendo por su mamá no era escuchada.

Las lágrimas comenzaron a ser más saladas que el agua de mar, el miedo tiene un gusto tan potente que invalida cualquier otro. Aferrada al balde de plástico color rojo, que hacía juego con mi bañador y la cara congestionada por el llanto, esperaba encontrar la salida a ese laberinto de felices veraneantes.

Una pareja de jóvenes reparó en mi extravío, ella se agachó hasta la altura de mi cara, y acomodándome el cabello preguntó mi nombre y qué me sucedía. Entre hipos de congoja reconocí que me había perdido y dije mi nombre avergonzada.

Soy de las que creen que los caballeros no son los eternos “protectores” de damiselas, pero en esa oportunidad, el muchacho se agachó, me ofreció sus hombros y como un mangrullo fornido me llevó a un lugar de exhibición, y ahí ocurrió lo extraordinario, manos, muchas manos, de mujeres, chicos, ancianos, comenzaron a aplaudir, dejaron sus mates de lado, las charlas y juegos para sumarse a ese aplauso salvador, algunos empezaron a levantarse de la comodidad de las sillas y emprendieron la búsqueda de mis padres mientras se formaba una caravana de palmas.

El miedo y el vértigo me abandonaron en ese instante, la protección de esa gente era una red de contención. Una voz masculina dio el aviso que mis padres me estaban buscando en el balneario contiguo, vi correr a mi madre con cara de preocupación, extendió sus brazos, me aferré a su cuello y en el traspaso le di las gracias a esa torre humana de buen corazón.

Mil defectos nos achacamos los argentinos, nos ubicamos siempre en la vereda de la sombra, pero hay usanzas que desconociendo el origen la seguimos repitiendo, la espontaneidad en esos gestos solidarios me llena de orgullo, un chico perdido en un lugar es un tema de todos, esa cadena implícita de manos aplaudiendo busca siempre ese eslabón perdido.

ALICIA

La Maleta

-¡Antonio! – Gritó ella desde la alcoba.

Enseguida se escucharon unos pasos subiendo las escaleras. Los pasos eran totalmente apáticos, como resignados, entre arrastrándose y pisando sin convicción.

-¿Qué quieres cariñó? – Dijo Antonio desganado justo al doblar el quicio de la puerta de la habitación.

Siempre he denostado los apelativos como cariño, churri, mi amor y toda esa retahíla de sandeces que llevan implícito un <<estoy hasta las narices de ti>>. En realidad, es como si esas palabras esculpieran en piedra un <<no te aguanto más>>, pero sorprendentemente, la piedra se esfuma, pierde su materialidad, por ese gran poder del ser humano llamado asimilación de la novedad. Con este superpoder esa primera vez que aparece un cariño que no quiere decir cariño se contextualiza, se naturaliza, se apaga la alarma si es que la hubo, enseguida se introduce en el marco general de nuestra existencia y se incorpora al acervo matrimonial sin respingos.

-¡Necesito que cierres esta maldita maleta! -Teresa estaba prácticamente subida en la maleta, que a su vez estaba en el medio de una inestable cama, en un colchón que claramente se tenía que haber cambiado hace unos años. Parecía un número circense, sino fuese porque Teresa llevaba la bata azul y no un ceñido traje rojo, con volantes, guantes largos de color blanco y una cara maquillada para la ocasión. Antonio, sin embargo, estaba a años-luz de ser el elegante y apuesto presentador del número de circo más sorprendente de la historia de este espectáculo. Su cara pasó de indolente a sorprendido, rápidamente pensó en un número de otra índole con esa fiera encalomada a esa sufrida maleta, pero ese pensamiento pertenecía a un pasado muy lejano, pasado mucho más cálido que la Siberia actual de su matrimonio. Acto seguido vino el miedo a que se cayera y se rompiera algo. Enseguida pensó en esa situación de esclavitud total, atendiendo día y noche a su mujer.

-¡Teresa! ¿Te has vuelto loca? ¿Qué haces? ¿Por qué no me has llamado antes amor mío? –  Premio a la mejor interpretación por el papel de sufrido marido a Antonio Muelas

-No quería molestarte churri, seguro que estaban leyendo el periódico en tu sofá.

-¿Pero se puede saber que has metido en esa maleta?, ¡que este año nos vamos a las islas griegas! ¿No estarás un poco influenciada por el crucero en el Báltico del año pasado?

Antonio y Teresa, llevan 5 años seguidos haciendo cruceros en el verano. Teresa está encantada, cada año contrata antes los pasajes, dice que de esa manera le sale mucho más barato. Antonio arrastra los pies por el barco, quizás más que cuando su mujer le llama para alguna cuestión de intendencia, pero no puede arrastrar los pies en las visitas turísticas, pues los guías son todos hiperactivos sin tratar y le machacan continuamente ¡Vamos Antonio que lo próximo te va a encantar!

Digamos que Antonio lleva tiempo andando como si llevara esquís, le pesa la vida, sus vacaciones perfectas no sobrepasarían de las fronteras de su sillón individual, con su posición de tumbado, reposapiés y reposabrazos son la quintaesencia de su reino, con una bolsita a juego donde tiene todo lo que necesita, su periódico diario y su mando a distancia. ¡Qué palabra más bonita! ¡A-D-I-S-T-A-N-C-I-A! Él sueña con hacerlo todo a distancia, desde su magnífico trono abatible y giratorio, incluido, por supuesto, atender las necesidades de su Teresa.

Esta vez, el viaje rizaba el rizo, Antonio tendrá que arrastrar sus majestuosos pies por los aeropuertos de Bilbao, de Barcelona y de Atenas, con una escala digna de Triatlón, 16 horas yendo todo bien, con lo que le gusta a Antonio los menús de esos llamémosles restaurantes de aeropuerto, sin un asiento en condiciones, añorando por los rincones su precioso sillón. Lo único bueno de todo esto, es que la compañía del crucero se encarga en todo momento de las maletas, de forma que Antonio no tendrá que empujar el maldito carro del aeropuerto, recoger las maletas de la cinta, ni a la ida, ni a la vuelta. Viendo la maleta de Teresa, el alivio fue doble.

Llegó el día tan esperado por Teresa y tan desesperado de Antonio. Era como un ritual. Subir la pasarela del barco y saludar a la gente desconocida con la efusión de tener a todos los familiares en el puerto era una broma que a Teresa le encantaba, el primer crucero tuvo su gracia, pero en el quinto, digamos que Antonio mostró una sonrisa falsísima y tiró para arriba como las reses que van al matadero.

-¡Antonio por Dios, no me lo puedo creer, esto no me puede estar pasando a mí! – Antonio dio un bote que ni el mejor bailarín ruso de kalinka podría repetir en sus mejores momentos. El grito de Teresa no dejaba ninguna duda al respecto, una tragedia griega en todo su esplendor se palpaba en el ambiente. Antonio fue capaz de rodear a una Teresa estupefacta enfrente de su maleta y alcanzar a ver vestiditos, zapatillas, pantalones vaqueros cortos, llenos de rotos, camisetas talla S y todo un muestrario de trajes de baño que dudó que la recatada Teresa se pusiera ni en sus mejores momentos de apertura cultural de juventud.

LORENZO