-¡Antonio! – Gritó ella desde la alcoba.
Enseguida se escucharon unos pasos subiendo las escaleras. Los pasos eran totalmente apáticos, como resignados, entre arrastrándose y pisando sin convicción.
-¿Qué quieres cariñó? – Dijo Antonio desganado justo al doblar el quicio de la puerta de la habitación.
Siempre he denostado los apelativos como cariño, churri, mi amor y toda esa retahíla de sandeces que llevan implícito un <<estoy hasta las narices de ti>>. En realidad, es como si esas palabras esculpieran en piedra un <<no te aguanto más>>, pero sorprendentemente, la piedra se esfuma, pierde su materialidad, por ese gran poder del ser humano llamado asimilación de la novedad. Con este superpoder esa primera vez que aparece un cariño que no quiere decir cariño se contextualiza, se naturaliza, se apaga la alarma si es que la hubo, enseguida se introduce en el marco general de nuestra existencia y se incorpora al acervo matrimonial sin respingos.
-¡Necesito que cierres esta maldita maleta! -Teresa estaba prácticamente subida en la maleta, que a su vez estaba en el medio de una inestable cama, en un colchón que claramente se tenía que haber cambiado hace unos años. Parecía un número circense, sino fuese porque Teresa llevaba la bata azul y no un ceñido traje rojo, con volantes, guantes largos de color blanco y una cara maquillada para la ocasión. Antonio, sin embargo, estaba a años-luz de ser el elegante y apuesto presentador del número de circo más sorprendente de la historia de este espectáculo. Su cara pasó de indolente a sorprendido, rápidamente pensó en un número de otra índole con esa fiera encalomada a esa sufrida maleta, pero ese pensamiento pertenecía a un pasado muy lejano, pasado mucho más cálido que la Siberia actual de su matrimonio. Acto seguido vino el miedo a que se cayera y se rompiera algo. Enseguida pensó en esa situación de esclavitud total, atendiendo día y noche a su mujer.
-¡Teresa! ¿Te has vuelto loca? ¿Qué haces? ¿Por qué no me has llamado antes amor mío? – Premio a la mejor interpretación por el papel de sufrido marido a Antonio Muelas
-No quería molestarte churri, seguro que estaban leyendo el periódico en tu sofá.
-¿Pero se puede saber que has metido en esa maleta?, ¡que este año nos vamos a las islas griegas! ¿No estarás un poco influenciada por el crucero en el Báltico del año pasado?
Antonio y Teresa, llevan 5 años seguidos haciendo cruceros en el verano. Teresa está encantada, cada año contrata antes los pasajes, dice que de esa manera le sale mucho más barato. Antonio arrastra los pies por el barco, quizás más que cuando su mujer le llama para alguna cuestión de intendencia, pero no puede arrastrar los pies en las visitas turísticas, pues los guías son todos hiperactivos sin tratar y le machacan continuamente ¡Vamos Antonio que lo próximo te va a encantar!
Digamos que Antonio lleva tiempo andando como si llevara esquís, le pesa la vida, sus vacaciones perfectas no sobrepasarían de las fronteras de su sillón individual, con su posición de tumbado, reposapiés y reposabrazos son la quintaesencia de su reino, con una bolsita a juego donde tiene todo lo que necesita, su periódico diario y su mando a distancia. ¡Qué palabra más bonita! ¡A-D-I-S-T-A-N-C-I-A! Él sueña con hacerlo todo a distancia, desde su magnífico trono abatible y giratorio, incluido, por supuesto, atender las necesidades de su Teresa.
Esta vez, el viaje rizaba el rizo, Antonio tendrá que arrastrar sus majestuosos pies por los aeropuertos de Bilbao, de Barcelona y de Atenas, con una escala digna de Triatlón, 16 horas yendo todo bien, con lo que le gusta a Antonio los menús de esos llamémosles restaurantes de aeropuerto, sin un asiento en condiciones, añorando por los rincones su precioso sillón. Lo único bueno de todo esto, es que la compañía del crucero se encarga en todo momento de las maletas, de forma que Antonio no tendrá que empujar el maldito carro del aeropuerto, recoger las maletas de la cinta, ni a la ida, ni a la vuelta. Viendo la maleta de Teresa, el alivio fue doble.
Llegó el día tan esperado por Teresa y tan desesperado de Antonio. Era como un ritual. Subir la pasarela del barco y saludar a la gente desconocida con la efusión de tener a todos los familiares en el puerto era una broma que a Teresa le encantaba, el primer crucero tuvo su gracia, pero en el quinto, digamos que Antonio mostró una sonrisa falsísima y tiró para arriba como las reses que van al matadero.
-¡Antonio por Dios, no me lo puedo creer, esto no me puede estar pasando a mí! – Antonio dio un bote que ni el mejor bailarín ruso de kalinka podría repetir en sus mejores momentos. El grito de Teresa no dejaba ninguna duda al respecto, una tragedia griega en todo su esplendor se palpaba en el ambiente. Antonio fue capaz de rodear a una Teresa estupefacta enfrente de su maleta y alcanzar a ver vestiditos, zapatillas, pantalones vaqueros cortos, llenos de rotos, camisetas talla S y todo un muestrario de trajes de baño que dudó que la recatada Teresa se pusiera ni en sus mejores momentos de apertura cultural de juventud.
LORENZO

Me han gustado muchos las escenas!!. Muy bien descriptas. Los personajes, por ahí, son un poquitín exagerados, pero no por ello
escapan de la realidad. El turismo de cruceros por lo que sé, ronda por esas vías. Nunca me subí a uno. Es una cuenta pendiente, al menos para probar.
Creo que es la pesadilla de todos los que acarreamos con nuestras valijas, en cualquier medio de transporte, perderlas de vista es transitar un «duelo» y el reencuentro un acto de incertidumbre.
jeje,,, excelente momento para lucir bañadores y que este quinto crucero no tenga nada de soso.
Si ya digo yo que hay que viajar siempre ligera de equipaje, si se extravía no se pierde gran cosa (se puede hasta ganar si logras indemnización) y si te la cambian por otra ganas seguro.